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He tenido ocasión, hace pocos días, de manejar la colección completa de El Molino de Papel, aquella extraordinaria empresa poética que impulsaron varios autores, con Eduardo de la Rica a la cabeza. Suceso particular que coincide en el tiempo con la aparición del último libro del mismo Eduardo de la Rica, recuperado para la literatura impresa después de un largo periodo de silencio. Casi paralelo a él, también José María Abellán presenta nuevo libro, mientras comenta, como si fuera un sueño, la posibilidad/necesidad/deseo de poner en marcha una colección de pliegos poéticos a imagen y semejanza de lo que fueron los 50 números de aquel «molino». Recupera la ciudad un ámbito escénico y convivencial al que la desbordada imaginación de Federico Muelas llamó un día Jardín de los Poetas, con tan extraña fortuna que así se le viene llamando desde entonces, aunque nunca más volvió a ejercer de tal cosa hasta ahora. Y para terminar de engarzar estas ideas tan dispersas, flotantes más allá de la realidad del suelo, Florencio Martínez Ruiz, que sabe tanto de todo ésto, pone orden en el ámbito de los versos, recopila, difunde y descubre. En este tiempo de crisis materialista, la poesía es perfectamente inútil, en la misma medida en que los poetas son absolutamente imprescindibles. Poesía para un tiempo de crisis sería un buen remedio.

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