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La estadística es una ciencia misteriosa. La estadística aplicada a la economía entra de lleno en el ámbito de lo cabalístico; es un idioma para iniciados selectos, que manejan conceptos y parámetros incomprensibles para el común de los mortales y, en bastantes casos además, ajenos a la lógica cotidiana. Por eso consuela comprobar, en alguna ocasión, que las conclusiones de los informes económicos coinciden con lo que uno piensa simplemente desde la óptica de manejar el bolsillo familiar. Esa perpesctiva pedestre, resultado de ir de acá para allá por los pasillos de un supermercado o de pasar la vista por los escaparates de cualquier calle céntrica, venía produciendo en el espectador la sensación de que en esta ciudad todo es más caro o, si se quiere decir a la inversa, de que en otros lugares se encuentran cosas a mejor precio. He aquí que los sesudos controladores del IPC llegan a la misma conclusión que los incautos consumidores que se encuentran cotidianamente ante el dilema de lo tomas o lo dejas. Lo que dicen los técnicos es que mientras en España los precios subieron en agosto el 0,6 por ciento y en Castilla-La Mancha el 0,7, en Cuenca llegamos al 1 redondo. Debe ser la única clasificación en la que vamos en primer lugar. Hay honores innecesarios, verdaderamente.

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