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Es agradable encontrar concordancia entre causa y efecto, teoría y práctica, objetivos y fines. Cada cosa, ser u objeto existente parece ir encaminado hacia el cumplimiento de una misión, cualquiera que ella sea. Un río es el elemento natural que conduce agua desde su origen -un manantial, por ejemplo- a una desembocadura, sea el mar u otro río. Desde esta perspectiva, tan someramente expuesta aquí, qué impresión más penosa produce la contemplación del presunto río Huécar durante los últimos kilómetros de lo que parece ser su cauce. Cierto que ésta es una situaicón que se puede encontrar con frecuencia en muchos lugares pero resulta infrecuente por estas tierras serranas que parecen naturalmente bien preparadas para combatir la pertinaz sequía. El Huécar ha arrastrado siempre, desde una perspectiva histórica, una fama de río sucio, maloliente y más seco que caudaloso, a pesar de sus también conocidos arrebatos de furia desbordada. Pero el conocimiento de todas estas circunstancias no impide el lamento ante esta desolación. ¿Cómo hacer que los cántaros del cielo vuelvan a ser generosos? ¿De dónde organizar un buen trasvase en favor de este presunto río, cuyo cauce artificial proclama su permanente inutilidad, su inexistencia fluvial? Mientras llegan las respuetas, sigamos culpando al destino o, mejor, al gobierno, que para eso está.

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