Cristina Palmese, José Luís Carles, Antonio Alcázar
Cuenca, 2010. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 83 páginas, un CD sonoro
Infinitos son ya los trabajos publicados, con mejor o dispar fortuna, sobre la ciudad de Cuenca, como inmensos son también los comentarios de todo tipo, casi siempre laudatorios, sobre sus elementos sustanciales: calles, rincones, plazas, edificios, fuentes, rocas, árboles, ríos y todo ese infinito repertorio de bondades que, ciertamente, forman parte del patrimonio esencial de una ciudad singular y que tan generosamente se presta para el desarrollo de las artes visuales, la fotografía y la pintura. Faltaba un elemento que añadir a este conjunto analítico y acaba de llegar a nuestras manos mediante una propuesta ciertamente original: el descubrimiento de los sonidos de Cuenca. Lo han logrado los autores de este libro, con su planteamiento encaminado a la búsqueda de los elementos sonoros que, como todos los demás, también forman parte de la esencia de la ciudad aunque, como dice el profesor Aracil en la introducción, sea la cara invisible que permanece habitualmente ignorada, sin que los sentidos de los viandantes reaccionen ante ella con la misma capacidad de percepción que con otros.
Los autores han recorrido los rincones de Cuenca, los integrados en el seno más íntimo del entramado urbano y los que se encuentran situados en los alrededores, realizando en ellos grabaciones que luego son estudiadas de manera analítica para poder establecer vínculos con los que alcanzar algunas conclusiones. Ahí están, en amigable y estimulante convivencia, los sonidos producidos en las fiestas tradicionales, los obtenidos en el transporte urbano, las voces y ruidos procedentes de las calles y el comercio, paisajes sonoros obtenidos en la naturaleza, en el agua de las fuentes y los ríos, los generados por la inacabable generación que producen bocinas, campanas, sirenas… Todo lo que se genera en una ciudad que es un ámbito vivo, por el que pululan seres igualmente vivos y en el que encuentran soporte elementos que, en su aparente inmovilidad, general sin embargo un hálito de voz capaz de introducir sensaciones y vivencias.
Tras la exposición teórica que forma parte del capítulo inicial del libro, los autores desenvuelven ese recorrido sistemático por los diversos ambientes de la ciudad, iniciándolo por la zona alta, donde se captan lo mismo rumores humanos que la lluvia, para seguir con las fuentes y la fiesta de San Mateo, sin que falte un singular momento, el silencio de la calle Pilares pues es obvio que el silencio también forma parte del sonido. Luego, en la zona baja, encontramos grabaciones captadas en Carretería, el mercadillo, la terraza de la calle San Francisco, la estación del tren, los ríos y sus paseos inmediatos, el reloj de Mangana, las campanas de El Salvador, las Concepcionistas y el Cristo del Amparo, conversaciones humanas, ambientes festivos, para concluir, como casi parece cosa inevitable en Cuenca, con la Semana Santa, sus músicas y, singularmente, el clamor de las turbas y el sonido majestuoso del miserere.
Todos esos componentes aparecen engarzados en el libro de una forma armónica, mediante unos textos explicativos en los que al rigor de la exposición técnica no falta un hálito de literaria aproximación (así, en el apartado correspondiente a las fuentes) o un toque de sensible humanismo al explicar el valor del silencio en un ámbito urbano. Dotado de una maquetación elegante, con muy estimable interrelación de los diversos componentes del diseño, el libro que aquí comentamos resulta ser una pieza muy valiosa en el variado repertorio de textos encaminados a enriquecer la interpretación de una ciudad siempre sorprendente, a la que, en este caso, no falta, mejor aún, es imprescindible, el acompañamiento de los sonidos.