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Carlos Molina Martínez

Cuenca, 2010. Diputación Provincial, 166 págs.

            Quienes conocimos a Carlos Molina (1958-2002), catedrático de griego en el instituto “Hervás y Panduro” de Cuenca y promotor incansable de iniciativas teatrales, permanece imborrable el recuerdo de una persona inquieta, un espíritu dialogante, un carácter afable y amable, como circunstantes esenciales de alguien que, al estilo machadiano, bueno. Recuerdo perfectamente, con la fuerza que da una visión imborrable, la última vez que pude verlo aún con vida, en una función del Teatro-Auditorio de Cuenca que yo entonces dirigía, con una gorra cubriendo su ya entonces pelada cabeza, símbolo acuciante de la enfermedad que le consumía y ante la que, finalmente, fueron inútiles sus esfuerzos resistentes. Se nos fue en edad temprana y del más allá en que reposa nos llega ahora una obra póstuma a la que uno se acerca con una mezcla confusa de admiración y respeto, sentimientos subjetivos que finalmente dejan paso a lo que realmente interesa, la valoración lo más neutral posible de un trabajo cuya simple enunciación resulta encomiable.

            El juicio es (fue) la primera obra de teatro montada por Carlos Molina y escrita por él mismo, a partir de la figura de Sócrates. Tenemos ahí la doble faceta que habría de marcar su vida, la enseñanza de una lengua clásica a la que se dedicó con un entusiasmo que sus alumnos recuerdan con enorme afecto y la pasión por el teatro. Las circunstancias de este texto las explica Jesús Herrero en la breve introducción con que se inicia el libro, donde recuerda el estreno de la obra por el grupo Agón en 1987, aunque asegura que la escritura fue muy anterior. Para desarrollarla, Molina trabajó de manera incansable, con la sistemática dedicación que corresponde a un investigador, hasta llegar a establecer las circunstancias posible de unos hechos sobre los que no existe documentación expresa, pues como se sabe, Sócrates, figura central de la obra, no escribió nunca sus pensamientos ni obra alguna, de manera que es preciso recurrir a los textos de sus contemporáneos y seguidores para conocer aquellos hechos. El que interesa a Carlos Molina es precisamente el juicio a que el filósofo fue sometido por sus vecinos, empeñados en encontrar en su vida y palabras elementos de corrupción moral que pudieran justificar la condena a muerte que finalmente le fue impuesta con la cruel fórmula del autoenvenamiento.

            El texto que ahora la Diputación de Cuenca, aceptando la iniciativa de la viuda de Carlos, Toñi Campillo, pone en nuestras manos es un documento inapreciable para comprender y valorar los diversos elementos que confluyen en él: el pulcro trabajo literario, la sabia comprensión de los factores escénicos puestos en juego, la correcta eficacia divulgadora de una cultura tan perdida en la profundidad de los tiempos y sin olvidar el diáfano carácter didáctico que se desprende de la estructura dramática. El libro, además, se convierte en una pequeña joya artística gracias a la incorporación de los figurines que fueron utilizado para el montaje y también en un documento importante por la presencia de fotografías correspondientes a la representación, ingredientes todos ellos que vienen a configurar una obra ciertamente importante, de las que dignifican el no siempre esclarecedor mundo de la bibliografía conquense.

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