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Un poema de Juan Bautista Justiniano y un romance anónimo del siglo XVII

Introducción y estudio: José Luis Muñoz

Dibujos de Vitejo de la Vega

Cuenca, 2012. Ediciones Olcades, 85 pp.

Hubo, sí, toros en el coso del Huécar y fueron, en aquellos tiempos barrocos, ocasiones memorables, como ahora lo será recrear aquel ambiente a través de dos singulares poemas: un largo relato, en octavas reales, original del clérigo Juan Bautista Justiniano (1625) y el otro un romance anónimo atribuido a “un sujeto muy ilustrado” (1685). Todo ello con una introducción de José Luis Muñoz para situar la época y las circunstancias de aquellos sucesos, y unas espectaculares ilustraciones, realmente su trabajo póstumo, de Vitejo de la Vega. En estos dos considerables poemas, a lo largo de sus versos, a través de expresiones plagadas de referencias mitológicos, históricas y culturales, se puede desentrañar una parte considerable de los saberes antiguos vinculados con la ciudad de Cuenca, los personajes que la ocuparon y las costumbres que en ella tenían lugar, seguramente ninguna tan sorprendente como correr toros, a la usanza antigua, en un coso natural formado en el río Huécar, cuyas laderas servían de improvisado graderío para el público.

            Conviene poner énfasis en esta repetida alusión al coso del Huécar, porque en una de esas extrañas alambicadas distorsiones que con cierta frecuencia se dan en los relatos históricos, sobre todo cuando se recurre en exceso a la transmisión oral y las presuntas noticias van pasando de boca en boca sin aceptar ningún filtro certero, durante décadas se ha alimentado en Cuenca el mito erróneo de que los toros se corrían en la zona del Júcar, donde ahora se encuentra el Recreo Peral, infundio al que contribuyó el canónigo Muñoz y Soliva que con el impávido atrevimiento de que solía dar gala no tuvo inconveniente en afirmar tal cosa e incluso adornándolo con fantasiosos ingredientes.

            Del error, considerable y desde entonces repetido hasta la saciedad, nos saca el autor del primer poema, Juan Bautista Justiniano, desde su propio título: Relación verdadera, en la qual se da cuenta de la manera que en el río de Huécar, de la ciudad de la Estrella, por otro nombre llamada Cuenca se corren los toros fuertes de la sierra y las desgracias que en ellos muchas vezes suceden. El autor, canónigo presbitero natural de la ciudad conquense, dio a la imprenta de Domingo de la Iglesia, también situada en Cuenca, el año de 1625; está escrita en la nada fácil rima de octavas reales, con la que solo los poetas de alto nivel podían atreverse y por eso la podemos encontrar en Garcilaso o en Boscán, pero no en poetas menores, como es este caso, obligado a pelear, con desigual fortuna, con la exigencia de estructurar estrofas de ocho versos endecasílabos, con rima consonante alterna en los seis primeros, para concluir con un pareado final. Y así hasta configurar una obra con 74 estrofas.

            El texto es ciertamente farragoso; suele haber dificultades para un lector normal adentrarse en las formas literarias del siglo XVII, sobre todo si el autor recurre constantemente a metáforas, alusiones mitológicas o incisos ambientales no muy claros, pero en el largo poema del canónigo Justiniano tiene especial interés la descripción del ambiente, que podemos imaginar tumultuoso, que rodeaba la celebración del festejo taurino y que nos da idea de un desordenado tropel de personal distribuidas por la falda del cerro del Socorro, con su algazara de comida, bebida y aclamaciones a los caballeros alanceadores.

            El otro poema recogido en este libro es de autor anónimo y, a diferencia de la alambicada forma anterior, en este caso adopta la del popular romance, esto es, la versificación de ocho sílabas estructurada en estrofas de ocho versos que riman en asonantes los pares y que, como es obvio, resulta de lectura mucho más sosegada y gratificante. Tampoco aquí ha duda alguna acerca de en qué escenario concreto se celebraban las corridas:

Entre el cerro y la llanura

del Socorro al pie ostenta

que es justo que la Ciudad

esté del Socorro cerca..

            Y si esta localización no fuera suficiente, a continuación el poeta menciona directamente a la peña del Cuchillo y la cueva de Orozco, dos elementos urbanos situados precisamente en esa zona.

            Nos encontramos pues ante una auténtica curiosidad no solo literaria, sino también costumbrista, espléndidamente ilustrada por dibujos de Vitejo que nos ayudan a reproducir, con ayuda de la imaginación, un aspecto peculiar de la Cuenca del siglo XVII.

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