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Está bien eso de que haya gente sensible que se preocupe de los molinos de viento, los pocos que quedan en pie; hace todavía nada más que un siglo, en la zona manchega de nuestra provincia, había casi cien molinos levantados, la mayor parte funcionando. Que hayan dejado de de moler parece comprensible, menos que el haber desaparecido de la faz de la tierra, arrasados quien sabe por qué maléfica tempestad. Más suerte han tenido castillos, fortalezas y torreones, que aunque maltratados por la incuria, la incomprensión y los elementos climáticos, mantienen erguidas buena parte de sus estructuras, para alegría visual de los paisajes. Molinos a primeros de mes y castillos a finales de este septiembre ya otoñal, polarizan actos de homenajes y estudios. Está bien eso de que tales seres inanimados tengan amigos que los comprendan y defiendan, como está bien que haya asociaciones simpatizantes de los animales, las plantas, los enfermos, los ancianos, los desvalidos, mujeres maltratadas -¿no hay también hombres así?-, niños, soldados sin graduación y, para resumir, toda la variopinta basca en que se puede clasificar el género humano. Tanta agrupación de voluntarios viene a contradecir lo que aparentemente proclaman algunos sociólogos, quejosos del aumento de insolidaridad. Sí somos solidarios, pero cada uno de lo suyo o de lo que le interese. Del resto, que se preocupe el prójimo.

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