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José Luis Perales

Barcelona, 2017. Plaza Janés, 282 páginas

En una ya muy antigua entrevista, incluida en un libro en el que pretendía ofrecer una imagen global sobre el mundo y Cuenca de gentes nacidas después de la guerra [La memoria colectiva, Cuenca, 1987], José Luis Perales (Castejón, Cuenca, 1945) me confesaba ya que a él lo que le gustaba era escribir canciones, no cantarlas, y que si había entrado en ese terreno fue forzado por circunstancias casuales. “Lo que yo busqué fue la labor de autor y esa es la que practico todos los días”, mientras que la de cantante, con la esclavitud de los escenarios, los managers, los viajes y todo lo demás, “me cansa y no me produce especiales satisfacciones”. Un pensamiento que luego, en privado, me repitió en algunas ocasiones y que yo he dado siempre por bueno, a pesar del evidente y considerable éxito comercial y popular que el cantante ha acumulado a lo largo de cuatro décadas.

Algo parecido decía no hace mucho, con ocasión de haberse publicado su primera novela, explicando en otra entrevista por qué había decidido dar ese paso. Tengo muchas cosas que contar, venía a decir, y los tres minutos de una canción se me quedan cortos. De manera que, al fin, aquel pensamiento que estaba inmanente en el interior de José Luis Perales, cobra forma a través de su inmersión en la literatura. Se ve que la primera experiencia [La melodía del tiempo, Plaza & Janés, 2015] le ha resultado satisfactoria, además de haber tenido una acogida razonable, y ello le ha impulsado a emprender, ciertamente que con velocidad desusada, una nueva incursión en el terreno de la narrativa.

La hija del alfarero singulariza la acción, en el título, en la persona de uno de sus protagonistas, Francisca, lo que no pasa de ser un artificio literario. En realidad, el eje bascula en torno a los cuatro miembros de la familia, Justino, el alfarero, su mujer Brígida y los hijos de ambos, Carlos, que heredará el oficio y el taller del padre y Francisca, la hija que abandona pronto el hogar familiar para ir en busca de otros horizontes más ambiciosos, en los que pueda encontrar otro tipo de emociones, bien diferentes a las muy limitadas que le ofrece el ambiente rural de El Espejuelo, un pueblo inventado, como es lógico, pero que puede ser cualquiera de los cientos que pueblan la España interior. En esa búsqueda de emociones, la hija del alfarero encontrará un hijo inesperado, que también se incorpora al núcleo protagonista a través de las emotivas relaciones con su abuela y al que también, en cierta medida, aunque un tanto secundaria, habrá que añadir a Julia, la novie de Carlos, formándose así un entramado de relaciones humanas e intereses que forman el tejido sobre el que discurre el relato.

La prosa de José Luis Perales es sencilla y directa, con un tono de sensibilidad imperante a lo largo del relato que discurre de una manera lineal, al estilo clásico, lejos de las alteraciones temporales tan habituales en la narrativa contemporánea. Gusta el autor de incorporar observaciones continuas sobre la vida rural, los detalles ambientales propios de un pueblo, los factores integrantes del mobiliario familiar o de las costumbres propias de esos ambientes que él, sin duda, conoce perfectamente y recuerda. Comedido en el decir, cuida mucho la expresión para procurar mantenerla dentro de los límites de la corrección, incluso buscando elipsis verbales: “No siempre son necesarias las palabras si eres capaz de escuchar la voz del corazón”, dice en cierto momento el hijo del alfarero a su presunto futuro suegro, el alcalde (al que raramente se le designa por su nombre: siempre es el alcalde) para explicar la naturaleza de su muda afición hacia la joven Julia.

Novela de sentimientos, contenida, suave y cómoda de leer, con apuntes de cierta osadía estilística en algunos momentos, señal evidente de que el autor, José Luis Perales, está buscando también en este territorio una fórmula expresiva de mayor atrevimiento. En muchas de sus canciones hay desde luego un tremendo bagaje argumental, en el que el cantautor-novelista ha insinuado centenares de experiencias y motivos, suficientes desde luego para que pueda seguir explorando este camino en el que ya ha dado dos pasos muy firmes.

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