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Antonio Rodríguez Saiz

Cuenca, 2017. Diputación Provincial, 185 pp.

La figura, tan personal y contradictoria, de Luis Astrana Marín, debería ocupar uno de los lugares de honor en el inexistente escaparate de hijos ilustres de Cuenca, donde con frecuencia son situados figurones sin fuste ni contenido, a cambio de castigar con el olvido a otros mucho más merecedores de estar allí. La alusión viene perfectamente a cuento en este caso. Astrana Marín era el nombre del Colegio Público situado en el barrio de Las Quinientas y así fue bautizado en el momento de su construcción, en los años 50 del siglo XX. No hace todavía mucho tiempo, ya en el XXI, la Asociación de Padres, dejándose llevar por una acometida de burricie colectiva, decidió quitar ese nombre (seguramente no les sonaba a nada) para poner en su lugar el de Ciudad Encantada, sin duda más sonoro y efectivo que el de aquel intelectual ya olvidado. Ni la administración educativa ni el Ayuntamiento de Cuenca tuvieron valor para hacer ver a tales padres y madres que deberían estar orgullosos de que el colegio donde estudiaban sus hijos llevara el título de una auténtica gloria nacional.

            A ella se acerca ahora Antonio Rodríguez Saiz (Cuenca, 1942), profesor especializado en Pedagogía Terapéutica y primer consejero de Educación y Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, en los tiempos, más nostálgicos que heroicos, en que empezó a caminar el ente autonómico regional. Desde hace años, viene realizando una metódica tarea de investigación que ha dado como frutos una valiosa colección de artículos de divulgación sobre temas históricos en la prensa local, junto con un par de libros, dos de ellos dedicados a otro notable erudito conquense, Ángel González Palencia. Ahora se acerca a la figura de Luis Astrana Marín (Villaescusa de Haro, 1889 / Madrid, 1959) para exponer algunas de las circunstancias esenciales de su vida (dura vida, habría que añadir) y de una obra colosal, de proporciones verdaderamente pavorosas, teniendo en cuenta la limitación de medios entonces existente. Experto en los clásicos españoles, los estudios de Astrana sobre Lope de Vega y Cervantes, especialmente este último, abruman no solo por la dimensión física de tan gruesos volúmenes, sino especialmente por la profundidad de los estudios analíticos que acompañan tales ediciones, a lo que hay que añadir la primera y total traducción al español de las obras de William Shakespeare, otro trabajo ciclópeo que aún sigue reeditándose de manera periódica.

            La vida de Astrana no se desarrolló en medio de un jardín de flores, y Antonio Rodríguez lo comenta con detalle. Polemista desde sus años juveniles, el escritor arremetió pronto contra unos y otros, descubriendo plagios y analizando falacias de figuras que se consideraban intocables (Julio Cejador, Francisco Rodríguez Marín, Luis Martínez Kleiser, Gregorio Martínez Sierra, Francisco Villaescusa, Julio Casares e, incluso, Ramón Menéndez Pidal), actitud de la que todos ellos (y otros más), negándole para siempre el acceso a un sillón de la Real Academia de la Lengua. Condenado a vivir una vida de permanente precariedad económica, Astrana careció de reconocimientos y apoyos, obligado a vivir y actuar como un auténtico solitario, cuyo carácter fue haciéndose cada vez más huraño y distante de las vanidades propias de los cenáculos literarios.

            Todo ello, en el aspecto biográfico y, sobre todo, en lo que afecta a la actividad investigadora y creadora de Astrana Marín queda de relieve en este libro que sigue paso a paso la vida del escritor desde sus orígenes en un pueblo manchego conquense y los estudios iniciales en Belmonte hasta asentarse en Madrid para estructurar una modesta familia y pelear abruptamente con las circunstancias ambientales, envuelto en el estudio, el rigor, la investigación y la publicación incesante de sus trabajos. En el libro, Antonio Rodríguez dedica un capítulo especial a un episodio hasta ahora muy poco conocido en la vida de Astrana, el proceso por masón que le promovió el régimen de Franco al término de la guerra civil. El incidente fue cancelado en 1944, tras haberse podido demostrar de manera fehaciente la falsedad de la denuncia promovida contra el escritor a quien, desde luego, resulta difícil imaginarlo formando parte de una logia masónica y sí más creíble que tal iniciativa correspondiera a alguno de los muchos enemigos que para entonces ya se había forjado y que, probablemente, entendió como buena ocasión la derivada de los confusos tiempos de la posguerra.

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