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José Luis González Geraldo

Cuenca, 2015. Ateneo de Cuenca, 316 pp.

La historiografía conquense ha consagrado dos nombres esenciales para la cultura y la política de esta provincia en los albores del siglo XX, los de Juan Giménez de Aguilar y Rodolfo Llopis, piezas esenciales en la configuración ideológica y social de la modernidad en este espacio territorial. Apenas si hasta ahora había hueco, más allá de alguna ligera mención anecdótica, para un tercer nombre, el de Crédulo Martínez Escobar que, sin embargo, gracias al trabajo que nos ocupa en este comentario sale de las penumbras y alcanza una posición similar a la de los dos anteriores, transformando en trío operativo lo que parecía ser sólo un dúo. Y eso que ya un contemporáneo, aunque en las antípodas del pensamiento, Florencio Zanón, deslizaba irónicamente en sus comentarios periodísticos que “tres eran tres”. El hecho es singularmente importante porque ofrece nuevas aristas y diferentes visiones sobre una época de la que, por fortuna, ya se ha escrito bastante, pero que aún sigue ofreciendo numerosas lagunas hasta lograr conseguir una percepción amplia y ajustada.

            Crédulo Martínez Escobar, definido por el autor de este libro como “hábil periodista, comprometido socialista, coplero habitual, creyente anticlerical, masón hasta el final, consejero en tiempos de guerra y, sobre todo, educador de profesión”, nació en 1889 en un pequeño pueblo de Valladolid, Villagra y el Villar, hijo de un maestro de escuela, cuyos pasos y profesión siguió de inmediato tras obtener el título en 1909, ocupando varios destinos hasta que en 1918 aterrizó en Cuenca, como docente en la Escuela Aneja a la Normal. Un año más tarde llegaría Rodolfo Llopis y de esa forma se completó el triángulo que habría de movilizar de manera fundamental las conciencias y los ánimos de los conquenses durante la década siguiente y hasta la implantación de la II República. Pero para cuando llegue ese momento, Martínez Escobar ya habrá abandonado Cuenca y emprendido la última etapa de su vida, ciertamente nada satisfactoria, pues le llevará, como a tantos otros, después de la derrota, a la prisión (condena a muerte incluida) y al destierro a un lugar olvidado de la Meseta castellana.

            A esta figura, de considerable riqueza personal, tanto en lo humano como en lo profesional e ideológico, se ha acercado con absoluta dedicación investigadora el joven profesor José Luis González Geraldo, que en los últimos años viene mostrando una interesante dedicación a cuestiones relacionadas con el ámbito educativo entre las que también encuentran espacio las correspondientes a Cuenca. Es ese doble interés el que confluye en este libro llamado a desbrozar no pocas de las oscuridades que interfieren en el conocimiento de la historia reciente de nuestra provincia. El maestro Martínez Escobar, don Crédulo, forma parte de ese panorama tan complejo y contradictorio como el país mismo, en una época convulsa, proclive a todos los excesos verbales y sentimentales, hasta desembocar en la convulsión última y definitiva, la guerra civil con sus terribles consecuencias posteriores.

            Giménez de Agujilar, Llopis y Martínez Escobar forman un triángulo masónico, identificado como Prometeo, que en la revista Electra encontró un cauce adecuado de pensamiento y expresión; los tres forman parte del primitivo socialismo conquense, los tres son docentes y todos ellos derivan hacia la prensa sus conocimientos, con un claro afán proselitista, pero nuestro biografiado añade un matiz más, diferente, que los otros dos no practican: la versificación en forma de coplas ripiadas, que firma con el seudónimo de Antinomia, vehículo expresivo al que recurre cuando no le parece suficiente la expresión directa en prosa. La coincidente labor del trío se rompió cuando en 1930 Martínez Escobar obtiene destino en Vallecas y al año siguiente Llopis es designado director general de Primera Enseñanza, quedando en Cuenca ya en solitario Giménez de Aguilar.

            El despertar de Prometeo, que lleva un prólogo de Ángel Luis López Villaverde, queda para los anaqueles libreros como un excelente trabajo de investigación, que pone al descubierto una personalidad prácticamente olvidada (trabajo de recuperación en el que ha colaborado la familia), cuya lectura nos hace revivir una época difícil, ciertamente, pero apasionante.

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