Suelo empezar la lectura diaria de El País por la última página, porque en ella está ubicada la sutil sabiduría de Peridis y porque en seguida se llega a la columna de Haro Tecglen, a quien reconozco como uno de mis mejores maestros, sin haber cruzado jamás una palabra con él. Como suele ocurrir en estos casos, casi todo lo que dice el involuntario profesor es asumido por el fiel discípulo como si fuese el mismísimo evangelio, en versión profana y doméstica. De ahí la desazón producida por la columna del martes, 21 -día de san Mateo, fiesta en Cuenca- y su injusta valoración de la realidad. Haro, como es lógico, está a favor de la socialización de la economía y no de la privatización de las empresas públicas. Y para avalar su posición ideológica, recurre a un ejemplo muy desafortunado: «La Renfe, privada, suprimiría muchos trayectos pequeño y costosos, y dejaría parte de España sin comunicación». Eso es, exactamente, lo que viene haciendo la Renfe pública desde hace más de diez años. Durante este tiempo, las únicas noticias que entre nosotros genera esta supuesta compañía estatal hacen referencia a la supresión de trenes y al cierre de estaciones. La línea férrea que cruza por aquí lleva ya tanto sumida en el silencio, que va resultando insólito oír de vez en cuando el paso de algún tren. No hay que esperar, no, a la privatización de Renfe para llegar a esa situación que Haro Tecglen presiente: el monopolio estatal, la empresa pública, ya lo está haciendo con tristísima eficacia.
- Publicación de la entrada:22 septiembre 1993
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