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Martín Muelas

Cuenca, 2016. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Castilla-La Mancha y Consorcio de la Ciudad de Cuenca; 315 pp.

El título -largo título- de este libro proclama, sin dejar espacio a las dudas, cuál va a ser el contenido que nos espera a lo largo de sus páginas; de un lado, un acercamiento al que fue corral de comedias de Cuenca; de otro, una exposición de las características que tuvo el hasta ahora desconocido Colegio de Niños de la Doctrina, también situado en la capital provincial. Y, como consecuencia lógica, cual fue la relación que hubo entre ambas instituciones, ya que los beneficios del primero tenían como destino financiar el funcionamiento del segundo.

            Se ha dado por supuesto, siempre, que Cuenca debió tener corral de comedias, como era habitual en todas las ciudades castellanas en la época de florecimiento de este tipo de locales de cultura, diversión y relaciones sociales, pero sus circunstancias han permanecido ocultas, en unos casos por la dificultad de acceder a los escasos materiales documentales que pudiera haber (ciertamente escasos, conviene decirlo ya) y en otros por la inexistente dedicación de algún investigador que decidiera poner manos a la obra, de manera que para la historia de la Cultura y de la Sociedad de Cuenca, el teatro no existía, era algo supuesto, pero sin conocimientos concretos sobre él.

            Martín Muelas (Cuenca, 1954), catedrático de Didáctica de la Lengua y la Literatura en la facultad de Educación de Cuenca (donde ha sido su decano durante un largo periodo) y doctor por la Universidad Autónoma de Madrid, se propuso hace ya mucho tiempo cubrir esa laguna de conocimiento, emprendiendo el arduo trabajo de rebuscar entre las sombras del pasado lo que pudiera llegar a saberse de los orígenes del teatro en la ciudad conquense. El resultado se plasma ahora en este libro, donde nos ofrece puntual noticia sobre el tema que comentamos y que tiene su origen en un momento especialmente floreciente para la economía local, el último tercio del siglo XVI, momento en que el regidor Andrés de Valdés (descendiente por línea directa de los famosos hermanos Valdés, que no mucho antes habían escrito páginas de esplendor para la literatura española) otorga un censo sobre un solar de su propiedad, en un lugar inmediato a la antigua iglesia de San Esteban, en la calle de la Canaleja, para que se edificara un corral de comedias. Ocurría tal cosa en 1587, momento a partir del cual el autor sigue los pasos de creación y funcionamiento del teatro, que alcanza plena vigencia en los primeros años del siglo siguiente, hasta el punto de que la calle en que se había ubicado empieza a ser conocida como calle del Teatro, cuyos avatares recorre de manera minuciosa, siempre contando con el necesario apoyo documental, hasta llegar al último capítulo de su trabajo, el proyecto inacabado de un nuevo coliseo en la calle de San Juan.

            El devenir de este primitivo corral de comedias conquense se mezcla a partir de 1612 con el segundo componente citado en el título del libro, el Colegio de San Gerónimo de los niños de la Doctrina, institución benéfica promovida por el canónigo Jerónimo Venero y Leyva, que luego sería nombrado arzobispo de Monreal, en Sicilia y quien, para ayudar a su sostenimiento, adquiere el teatro con el propósito declarado de que los beneficios obtenidos por las funciones pasaran a engrosar los fondos de la institución docente. De esta manera se produce la directa vinculación entre ambas realidades sociales, teatro y colegio, que se prolongará al menos durante un siglo, hasta que, como suele ocurrir en tantas ocasiones, la mala administración y la desidia municipal terminarán por dar al traste como una y otra.

            No falta, en este minucioso relato, cuya documentación llega a ser abrumadora, una relación de autores de comedias cuyas obras fueron representadas en Cuenca durante el periodo de actividad del teatro, situando así un sólido soporte para, a partir de aquí, poder cubrir el hasta ahora absoluto vacío que existía sobre el ejercicio de tal actividad. Y ello lo hace el autor mediante un texto que es, a la vez, riguroso, buscando aliviar la severidad de los textos documentales y ameno, porque nos permite recrear, con el siempre necesario apoyo de la imaginación, un aspecto hasta ahora desconocido de la historia de la ciudad de Cuenca.

A señalar, como interesantes, las ilustraciones con que Julia Grifo intenta recrear las imágenes de lo que pudo ser y cómo el Corral de Comedias de Cuenca.

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