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Paul Valéry. Traducción y prólogo de Pedro Gandía

Madrid, 2016. Visor Libros, 184 pp.

Normalmente, en un libro cualquiera, más si de es de literatura, lo que importa y se valora es la obra en sí misma, el tratamiento que le ha dado el autor. Pero hay ocasiones, y esta es una de ellas, en que junto a ese valor objetivo e irrenunciable es preciso señalar de manera expresa, e incluso destacar, el papel que ha desempeñado el traductor al acercarse de tal manera a la composición poética de Paul Valéry, profundizando en ella, escudriñando cada uno de los versos para, más allá de las palabras tal cuales son, bucear en el sentimiento profundo, en la emoción encerrada en cada fragmento, para trasladarlas al lector en español, no necesariamente versado en el original francés y menos aún cuando esas palabras esconden matices, variables, intimidades del poeta que su traductor ha buscado para ponerlas de relieve.

            El libro se abre con una amplia introducción que Pedro Gandía ha titulado “Paul Valéry o el triunfo de lo imposible puro”, para forjar una biografía que, más allá de los lugares comunes al alcance en cualquier enciclopedia, señalar los matices diferenciadores de una personalidad compleja y en buena medida contradictoria (¿qué ser humano no lo es?) que ya en su más tierna edad copiaba versos de los poetas que admiraba, ejercitándose así en el ejercicio de la rima, mientras su propia personalidad iba a adentrándose en los vericuetos de una angustia existencial profundizada a partir de la muerte de su amado y admirado Mallarmé.

            Cármenes fue publicado en 1922, incluyendo un total de 21 ejercicios poéticos, alternando piezas mayores y otras de menor entidad, figurando entre las primeras El cementerio marino, probablemente la culminación de su más inspirada emotividad creadora:

Pleno de un fuego sacro, sin materia,

Trozo de tierra que a la luz se ofrece,

Me place este lugar lleno de antorchas,

Compuesto de oro, piedra, umbrosos árboles,

Tanto mármol temblando en tanta sombra.

¡La mar fiel duerme aquí, sobre mis tumbas!

Es la obra definitiva de Valéry que, después de ella, ya no volverá a publicar ningún otro poemario para dedicarse exclusivamente al ensayo, las matemáticas y la pintura. Sus poemas, dice el traductor, “nacen de la composición, son el fruto de los mecanismos mentales: la simetría es una condición del arte”. Arte y arquitectura están presentes en estos versos, junto a una incontenible sensualidad que el poeta distorsiona a través de la ambigüedad expresiva. 

Poesía en estado puro, poesía profunda, de una intimidad escalofriante, que Pedro Gandía (Minglanilla, 1953) desbroza de manera impecable en la introducción, mediante un pulcro trabajo de disección de la personalidad y, sobre todo, de la capacidad poética de Valéry, cuyos enriquecedores matices quedan de relieve con una diafanidad admirable, hasta el punto de que solo por ese texto inicial merece la pena esta sobria y elegante edición. “Es importante amar al poeta y el tema que uno quiere traducir” había escrito Valéry en el prólogo a su traducción de las Bucólicas de Virgilio. Retormando y asumiendo esas palabras, Gandía ratifica: “Yo amo su poesía desde mi juventud, y esta traducción es un rendido homenaje a su luminoso magisterio”. De esta forma, el poeta conquense, que junto a su propia obra poética había traducido ya a Oscar Wilde, Théophile Gautier, Charles Baudelaire, Gérard de Nerval, Eugénio de Andrade, Sandro Penna y el propio Valéry da un paso más, ciertamente firme, en su inteligente interpretación de la obra de estas figuras capitales de la literatura moderna.

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