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Baltasar Porreño. Estudio crítico Miguel Salas Parrilla

Cuenca, 2017. Diputación Provincial, CVI+163 pp.

Parece lógico pensar que si una obra escrita hace muchos años, o siglos, permanece inédita, conservándose su manuscrito cuidadosamente guardado en algún archivo o biblioteca, sin que nadie, en ese tiempo, haya sentido la necesidad de editarla, es porque en ella no hay méritos suficientes que pudieran justificar el sacarla a la luz, más aún si el autor es bien conocido por otras muchas publicaciones y si el tema que aborda en ese inédito posee igualmente suficientes atractivos populares, cuestiones ambas de peso para haber impulsado su publicación en el largo espacio transcurrido desde 1624 hasta hoy. Por otro lado, no hay tampoco duda de que cualquier recuperación como la que aquí mencionamos tiene en sí misma suficiente valor, por lo menos el de la curiosidad, para recibir con moderado interés el libro que ahora se nos ofrece. Adelantaré mi opinión, antes de pasar a comentar algunos aspectos concretos: la obra de Baltasar Porreño, ahora recuperada, carece de interés o valor, más allá del que puede provocar cualquier pieza de arqueología literaria; menos mal que, en este caso, el estudio introductorio sí que merece la pena ser leído.

            Baltasar Porreño, cura de Huete, Sacedón y Córcoles, vivió entre 1569 y 1639, periodo en el que, junto a su actividad pastoral, desarrolló otra de naturaleza literaria que se concretó en una copiosa serie de publicaciones, casi todas ellas de contenido religioso, destacando especialmente una, Dichos y hechos del rey Felipe II, impresa por primera vez en 1628 y de la que se han hecho reiteradas ediciones, la última en 2002, porque ciertamente es obra de verdadero interés. Junto con estos impresos, dejó Porreño para la posteridad una considerable cantidad de manuscritos, conservados en diversos archivos y bibliotecas, entre ellos el que ahora se recupera, la Historia del Santo Rey don Alonso el Bueno, del que existen dos ejemplares en la Real Academia de la Historia y un tercero en la Biblioteca Nacional e incluso es probable, anota el editor, que pueda existir alguno más fuera de España.

            Para escribir su obra dedicada a glosar la figura de Alfonso VIII, el rey conquistador de Cuenca en 1177, el perdedor de Alarcos y el vencedor en las Navas de Tolosa, figura sin duda alguna capital en la consolidación de la monarquía castellana y, más aún, en la definición de su territorio (no olvidemos que al morir, había incorporado al reino desde Vitoria y Plasencia hasta las tierras altas de Andalucía), Porreño utiliza textos anteriores porque, según comenta Salas Parrilla, debía poseer una copiosa biblioteca, singularmente Historia de rebus Hispaniae, del arzobispo Jiménez de Rada. El problema esencial a tener en cuenta en la valoración del libro es que el objetivo fundamental del autor no es exactamente hacer una biografía o contar la historia del periodo protagonizado por el rey Alfonso VIII, sino extraer de una y otra suficientes elementos para justificar el fin primordial que lo anima: lograr el enaltecimiento de las virtudes humana y cristianas del monarca, para así conseguir que pudiera ser reconocido como santo, y no solo en sentido figurado, sino en el literal y real, mediante la oportuna declaración de santidad que debería emitir la Iglesia. Por tanto, lo que pretende Porreño no es poner de relieve la verdad histórica (para la que no aporta ninguna novedad que no se conociera ya) sino ensalzar la cristiandad y bondad del monarca, subrayando los aspectos que inciden en ese objetivo y marginando cualquier otro que pudiera enturbiarlo. Para que no haya dudas, a lo largo del libro menciona 370 veces la expresión “santo rey”, y con eso queda dicho todo.

            Aunque el manuscrito permanecía inédito hasta ahora, en su totalidad, no así de manera fragmentada, porque muchas de las páginas que ahora podemos leer las conocíamos ya, y de manera repetida, porque sirvieron de alimento a otras posteriores, singularmente las de Mateo López y Muñoz y Soliva, de manera que volver a encontrarlas es como saludar a viejos amigos, bien conocidos, a los que  hacía tiempo no veíamos. En ese sentido, su descripción de la conquista de Cuenca nos permite recuperar todos los tópicos alimentados durante siglos sobre tal circunstancia.

            Para llegar a esa conclusión, la edición íntegra del manuscrito de Porreño, Miguel Salas Parrilla (La Almarcha, 1950) ha realizado un trabajo ciertamente encomiable, de mérito sobresaliente. Con la minuciosidad del investigador concienzudo, ha ido siguiendo, y así lo expone, todos los pasos que le llevaron a localizar los diversos textos manuscritos, que sitúa en su contexto y analiza con sumo detalle, utilizando para ello la apoyatura en una copiosa bibliografía, a lo que sigue finalmente el análisis riguroso del texto de Porreño, señalando errores y contradicciones, como la de situar en la conquista de Cuenca a los reyes de Aragón y de Navarra, cuando este último no apareció en ningún momento y el primero lo hizo de paso hacia otras aventuras. Por resumir y no aventurar más, me limitaré a decir que la lectura del texto de Miguel Salas sí encierra suficiente interés, además de un amplio conocimiento del tema que trata, sin necesidad de sumergirse luego en las nebulosas aguas del de Porreño aunque, insisto, el ser humano se caracteriza por sentir una amplia curiosidad hacia todo lo que le rodea y ese principio es igualmente aplicable al caso que nos ocupa. Como curiosidad arqueológica, vale.

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