• Autor de la entrada:

Pablo Pérez Rubio

Zaragoza, 2018. Editorial UOC, 196 pp.

Aprendimos, en los lejanos años del Bachillerato, que los géneros literarios se dividían en dos grandes apartados, el drama y la comedia, y que así venía siendo desde que en tiempos de los griegos empezó a delinearse el mundo de la ficción creativa. Desde entonces ha llovido lo suficiente para que aquellos dos grandes grupos se hayan ido distribuyendo en otros muchos, en unos casos considerados como subgéneros derivados de los primeros y en otros con especificidad propia. Las clasificaciones (y hay eruditos muy proclives a hacerlas en todo momento) han pasado luego al mundo del cine, donde se han podido aplicar muchas de ellas, la mayoría, pero dando lugar también a otras nuevas, muy características: el western, el cine negro, el musical… En todo ese magma hay un concepto que camina entre dos aguas, inclinándose ora a un lado, ora al otro, como ocurre también en otras circunstancias de la vida, en que algo que se mueve lo hace de manera indecisa, volcándose alternativamente a izquierda o derecha, buscando el mejor lugar de acomodo.

       En el prólogo a un libro titulado escuetamente El melodrama, de Guillermo Balmori (Ediciones JC, 2005), Eduardo Torres-Dulce inicia su texto con una afirmación categórica: “El melodrama es el género por excelencia. Y lo es por cuanto sus huellas y señas de identidad se encuentran en el resto de los géneros cinematográficos”. Es una teoría que comparten otros muchos estudiosos y críticos, que se acercan al melodrama con la consideración efectiva de que no se trata, ni mucho menos, de un género menor o subordinado, una especie de componente argumental que se integra en un relato de más ambiciosas pretensiones, sino de una estructura que tiene dimensiones propias, merecedoras de un análisis diferenciado, con perspectiva diferenciadora.

       El melodrama es el género del amor dolorido, del amor desesperado, el que camina a través de sendas tortuosas, con la intención, desde luego, de alcanzar un objetivo placentero, al que cuesta sudor y lágrimas poder llegar. Exactamente lo que refleja el título del libro que Pablo Pérez Rubio ha puesto en los anaqueles: Dolor en la pantalla (Zaragoza, UOC, 2018) y en el que hace un detallado recorrido analíticos a través de 50 películas que vienen a ofrecer, más allá de las teorías y las elucubraciones doctrinales, un expresivo panel de películas que sintetizan, con meridiana claridad, qué se quiere decir cuando hablamos de melodrama. Desde títulos vetustos y venerables, como Lirios rotos (David W. Griffith, 1919) y otros que no lo son menos, como El demonio y la carne (Clarence Brown, 1926), o El séptimo cielo (Frank Borzage, 1927), hasta llegar a recientes ejemplares como la magnífica Manchester frente al mar (Kenneth Lonergan, 2016) que tuvimos la ocasión de disfrutar en una sesión del Cineclub, pasando por la almodoraviana Hable con ella (Pedro Almodóvar, 2002) o la, para nosotros, tan querida Calle Mayor (Juan Antonio Bardem, 1956) el repertorio ofrece una selección verdaderamente eficaz, muy significativa de lo que se pretende con la definición melodramática.

      Pablo Pérez Rubio inicia su libro con un eficaz resumen histórico de lo que ha significado este término desde la antigüedad hasta su plasmación efectiva, en los tiempos de la Revolución francesa, con su plasmación en la novela realista decimonónica, para llegar a alcanzar un auténtico carácter en el cine, sistema que ha sido capaz de recoger a la perfección los ingredientes que caracterizan el género. “El melodrama cinematográfico -dice el autor- se nutrirá de la combinación de elementos de herencia burguesa (sobre todo ideológicos y, en especial, de la tragedia burguesa y el drama sentimental) con aspectos de tradiciones populares, como elementos no verbales y musicales, emblemas visibles o iconos espectaculares”, fórmula ciertamente muy expresiva para reflejar el sentido del tema que nos ocupa.

       El melodrama cinematográfico, se nos explica también en otros momentos, se ha visto en cierta forma degradado al haberse entendido como cine para mujeres, entendiendo que el género femenino solo es capaz de sentirse a gusto entre historias de amores desgarrados e incomprendidos,  con tendencia a la fácil dramatización de los hechos. Es un esquema del que, como en todos, cuesta salir para afrontar otra comprensión de su naturaleza. Lo que hace Pablo Pérez Rubio en este libro que contiene suficientes elementos de juicio como para valorar en su justa medida el melodrama cinematográfico, a través de una comprensible introducción junto al detallado análisis de los 50 títulos que componen el bloque principal del volumen, de lectura útil y recomendable para los aficionados al cine.

       Pablo Pérez Rubio (Zaragoza, 1964), licenciado en Filología Hispánica, ejerce como profesor de Literatura. Se vinculó a Cuenca primero a través del Instituto de Motilla del Palancar y ahora del Instituto San José, en la capital, donde además ejerce las tareas de director. Es autor de una veintena de libros sobre temas cinematográficos y literarios, ha participado en numerosas obras colectivas y en las más importantes revistas especializadas españolas. Hace un par de años publicó su primer libro de relatos, Locos de cine y otros relatos (La Fragua del Trovador). En la actualidad es también el tesorero, en la Junta Directiva del Cineclub Chaplin.

Deja una respuesta