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Conservo un recuerdo remoto de un cierto tiempo -quizá no demasiado lejano: es que la memoria es frágil y huidiza- en que Carretería se cerraba al tráfico, por las tardes, algunos días, entregando su uso y disfrute a las gentes que practicaban con riguroso ritual el paseo. Si se ha perdido aquella exclusividad de uso, no ha desaparecido, en cambio, el carácter de Carretería como lugar de cita y paso, como punto de encuentro, como eje cardinal de la vida ciudadana. Pudimos pensar, en determinado momento, que el núcleo vital de la ciudad se trasladaba hacia las nuevas urbanizaciones y que todos, siguiendo ese atractivo, iríamos también despojando a Carretería de su contenido simbólico. Los bancos, que saben más que nadie de estas cuestiones, permanecieron firmes en sus puestos y ni uno solo se movió. Y los comerciantes, que tampoco son tontos, defienden igualmente sus posiciones en ese escaparate privilegiado que es la vieja ruta de los madereros. Eso sí, nombre sonoros, algunos con sabor exótico y extrajerizante, se van apropiando suave y pacíficamente de los espacios donde hubo antaño ferreterías y bazares. Así es como la vieja Carretería sigue siendo el eje vital de la ciudad, el punto de cita, el paseo.

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