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Francisco Mora

Cuenca, 2017. Diputación Provincial. 225 pp.

La obra de Francisco Mora (Valverde del Júcar, 1955), tanto en su vertiente poética como, en menor medida, la narrativa, está marcada por algunas circunstancias que vienen a formar como el marco general en que se desarrolla su trabajo: la constancia en el método, la aplicación sistemática de normas rigurosas, el cuidado empleo del lenguaje apropiado a cada momento, el recurso a los sistemas expresivos más convenientes, y todo ello lleva a la exposición pública de un pensamiento racional a la vez que cargada de una profunda sensibilidad, lo que nos permite encontrar, coexistiendo, una línea expresiva que se deja llevar por imágenes sensoriales cargadas de visualizaciones muy concretas junto a otra por la que transitan ideas propias de la elucubración metafísica e incluso religiosa. En todo ello se encuentra latente una amplia cultura, no solo literaria, como se refleja en citas y alusiones, sino también artística, que contribuye a enriquecer un lenguaje poético que se desenvuelve a unos niveles de considerable altura.

            No es innecesaria esta alusión. La producción poética local es tan abundante como insulsa, con muy pocos ejemplos meritorios, sustituidos de manera repetida por una construcción tan ramplona como lo permite el simple ejercicio de poner una palabra tras otra cortándolas de vez en cuando para formar versos carentes de poética, menos aún de imaginación. Eso explica la vigencia de la conocida frase de que en Cuenca hay un poeta debajo de cada piedra. Otra cosa es que los tales hagan realmente poesía.

            En ese panorama, que tiene mucho de desolador, el quehacer sistemático, elaborado y pensado, trabajado en suma, de Francisco Mora, viene a ser como una de esas hermosas islas de exuberante vegetación y paradisíaca imagen que viene a ofrecer un brillo singular. Algo que se encuentra patente de manera explícita en este libro en el que el autor, a pesar de transitar todavía por una saludable edad creativa, se atreve a ofrecer una antología de su obra, que se inicia precisamente con una recopilación de poemas de su último libro publicado, El corazón desnudo (Cuenca, 2015), cuando casi aún se encuentra temblorosa la tinta que lo imprimió.

            Una antología es, en efecto, esta Música callada a la que bien se le puede aplicar el juicio de que ofrece una lectura ciertamente placentera, a la que invita tanto la temática habitual en la poética de Francisco Mora como el sosegado discurrir de unos versos desde los que fluye una intensidad emotiva llamada no a conmover o alterar el ánimo del lector, sino más bien a ayudarle a transitar por los senderos donde habitan la sensibilidad y el equilibrio para dar forma a metáforas exquisitas:

Una vez más el otoño golpeando los cristales,

dibujando caballos ocres en el río,

hermosos caballos rotos entre la niebla.

Sin que falte, en ocasiones, el verso alusivo a experiencias personas cuya profundidad solo el poeta conoce: desde los ojos de mi hija se ve el mar.

El libro se abre con una introducción, clarividente y lúcida, como en él es habitual, de Ángel Luis Luján, quien tras una reflexión sobre trabajos anteriores, ratifica su conocimiento analítico de la obra de Mora: “Se comprueba ahora que estamos ante una obra que mantiene una clara línea meditativa tendente hacia lo visionario, pero sin fuertes contrastes; existe una preferencia por el poema largo y la agrupación de textos en grandes ciclos, en confluencia con la poesía de Diego Jesús Jiménez, con quien coincide Mora en la importancia de la memoria personal como modo de exploración poética”.

Música callada se configura como un excelente compañero de viaje, como un amigo en el que reencontrar, agrupados, poemas que se han conocido en otros libros anteriores de Francisco Mora, como un sedante al que recurrir en los momentos de agobio, en las noches de inquieto reposo.

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