Pilar Narbón
324 páginas.
El nombre de Pilar Narbón (Villar de Olalla, 1961) es ya bien conocido en los ambientes literarios por su incasable actividad poética, recogida ya en varios libros (Laberinto, Del color de la nostalgia, El veneno de las rosas, Código paraíso) pero menos por su tendencia como prosista, en la que también ha dejado ya varios ejemplos meritorios, en forma de relatos difundidos a través de algunas publicaciones, actividad que ahora se concreta en este libro, La muerte tendrá mis ojos, que responde a un planteamiento ambicioso, quizá en exceso, articulado a través de un argumento complejo que bascula en torno a esos dos ejes esenciales de la vida humana -así viene siendo desde los más remotos tiempos clásicos- el eros y el thánatos, la vida y la muerte, el bien y el mal, todo ello con las derivaciones que, a partir del entramado relacional entre los seres que pululan por la novela, va engarzando el devenir de unos sucesos, en creciente tensión dramática. Tomando como referencia inicial un verso de Cesare Pavese –Vendrá la muerte y tendrá tus ojos- Pilar Narbón articula un relato sobrio en lo textual, directo en las intenciones, con una declarada tendencia hacia la interpretación psicológica tanto de los personajes como de los sucesos en que se implican, con escasa presencia de los fragmentos dialogados. La protagonista es Paula, una mujer activa, moderna, apasionada, víctima de una inesperada frustración amorosa, que incide gravemente en su equilibrio emocional y la lleva a adoptar decisiones no siempre acertadas, mediante una progresiva pérdida de la conciencia del equilibrio, influyendo a la vez de manera negativa sobre quienes, a su alrededor, comparten su propio desconcierto y en esa marea deambulatoria, la crisis espiritual derivará, probablemente con la lógica del absurdo, hacia el asesinato. La autora va desvelando esa personalidad con trazos directos, sin ambigüedades: “A los trece años, Paula era una muchacha menuda, de aspecto frágil, pero saludable”; “Paula detestaba a su padre. El suyo era un odio furtivo”; “Privada de ternura, el odio ramificó en su corazón y echó raíces sin que ella lo supiera”… situación personal de íntima confusión que se altera cuando descubre el amor, a través de Alejandro, y esa experiencia supone para ella (para ambos) una situación inédita, con perspectivas sorprendentes, pero todo fue un espejismo, del que pronto vuelve, para retornar a una existencia marcada por el dolor y la amargura. Sobre esta persona y su circunstancia, sobre los ambientes que la rodean y las personas que se cruzan en su vida atormentada, Pilar Narbón desarrolla un panel de vivencias de amplios registros, en las que profundiza desde la periferia del relato para intentar extraer las emociones, los pensamientos y las dudas de los personajes, que siguen, singularmente la protagonista, la línea que Amalio Blanco insinúa en el título de su comentario previo: “El odio, la carcoma del corazón”. Es un relato de evidente fuerza narrativa, a través de un estilo muy directo, sincopado en ocasiones mediante frases rotundas, afirmaciones concretas, que dejan poco espacio a la especulación intuitiva. Literatura fuerte, pues, con la que la autora penetra audazmente en el complicado sector de la novelística.