Laura María Palacios Méndez
Cuenca, 2015. Diputación Provincial, 183 pp.
Comienza la autora, ya con el título, por desmontar alegremente la habitual mención, tanto en el argot científico como en el habla popular al Arco de Jamete, el elemento cumbre arquitectónicamente hablando, de la catedral de Cuenca, para transformarlo en el arco de Sebastián Ramírez de Fuenleal, el obispo que lo encargó y financió, encomendando la obra al que todos llamamos Esteban Jamete, nombre desde luego castellanizado, y que la autora devuelve aquí, no se sin con acierto (quizá más bien en un alarde de innecesaria pedantería), a su original denominación francesa. En cualquier caso, las primeras páginas del libro se dedican precisamente a explicar los motivos que la llevaron a optar por ese título y como tal cuestión es, desde luego, responsabilidad de su autora, ahí queda.
Más allá de esta cuestión nominalista, desde luego anecdótico, lo que importa es lo que viene a continuación del título, esto es, el meollo esencial del relato, y ahí que el trabajo que tenemos entre las manos en forma de libro ofrece unas características sumamente atractivas, porque ayudan sobremanera a entender y valorar (más aún, si cabe) el excelente desempeño del encargo emprendido por el cabildo catedralicio, por iniciativa de su obispo Sebastián Ramírez (cuyo boceto biográfico también se encuentra recogido al comienzo del volumen).
Es sábado, 13 de marzo de 1546, cuando el cabildo decide poner fin a diez años de discusiones, algunas acaloradas, en torno a un punto clave: si remodelar el claustro gótico existente o trazar uno nuevo, pero aún tomando una decisión favorable a esta segunda opción, aún deberían pasar treinta años más, hasta 1576, para que las obras dieran comienzo de una manera efectiva y ello relaciona la obra del interior de la catedral con intervenciones paralelas en el exterior, especialmente en la calle que hoy lleva el nombre de Julián Romero. Pero antes de esa fecha y como paso previo a la remodelación total del claustro, el obispo emprende las obras de acceso desde la catedral y ahí es donde surge el encargo a Jamete para diseñar el arco de entrada, que se ejecuta entre 1546 y 1550, terminándose cuando ya Sebastián Ramírez había fallecido.
De un modo sistemático y coherente, Laura María Palacios va cubriendo las etapas de su plan de trabajo que nos ha de llevar a recorrer un momento en verdad apasionante de la historia de Cuenca, lo que incluye también el arte y la arquitectura. El arranque lo hace con el ya mencionado esbozo biográfico del obispo Ramírez, renacentista, culto y preparado y el del artífice de su obra, Étienne Jamet en su Orléans natal, Esteban Jamete en la Cuenca que lo adoptó y donde permanecería hasta morir. El segundo capítulo contiene la evolución cronológica de las obras, con abundantes comentaros sobre las circunstancias en que se desarrollaron y las dificultades que fueron presentándose a cada paso. Por último, la tercera parte ofrece una detalladísima interpretación de los elementos (artísticos, simbólicos, religiosos) que integran el espectacular Arco de Jamete, que ofrece una apasionante lectura iconográfica pero que también, a la vez, viene a ser como el monumento funerario erigido a la memoria y mayor gloria del obispo Sebastián Ramírez, en gloriosa exaltación de su fama, que triunfa sobre la muerte, de manera que “el anhelo de alcanzar la Fama es la idea que conjuga este espacio que da entrada al claustro dividido en dos ámbitos, arco y vestíbulo, un mensaje que ha pasado de ser algo distante e impuesto, a una enseñanza íntima y personal”.