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Rafael Alfaro
Madrid, 2008. Calima ediciones. Páginas: 334

A Francisco Brines corresponde este juicio: «Rafael Alfaro es fiel a sí mismo, a sus cosas, a los hombres de su época. Su lenguaje es el de los escritores de su generación. Su dicción tiene sobriedad y melancolía machadianas y deja oir el eco de muchas lecturas que ha sabido asimilar». Hablamos, efectivamente, de uno de los poetas de más profundo lirismo y sensibilidad de cuantos componen la nómina de escritores conquenses en la transición de los siglos XX al XXI. Por eso siempre es bien recibida una nueva obra de Rafael Alfaro (El Cañavate, 1930), en lo que tiene de sosegado reencuentro con quien, sin alharacas ni salidas de tono, viene desarrollando un trabajo metódico en la concienzuda elaboración de la escritura poética (sin olvidar sus inmersiones esporádicas en el territorio de la prosa). De esa manera ha ido depositando en los anaqueles donde se sitúan los buenos sabores literarios títulos como Voz interior (1972), Objeto de contemplación (1978), Cables y pájaros (1979), el realmente esencial Música callada (1981), Los Cantos de Contrebia (1985), Escondida senda (1986), Poemas para una exposición (Madrid, 1991), Dios del Venir (1994), Xaire (1998) o Indagación del otoño (2002), entre otros muchos, porque Alfaro (quizá ya se ha insinuado en líneas anteriores) mantiene una línea creativa constante, sistemática, sin que en su obra aparezcan esas lagunas intermitentes habituales en otros casos y menos aún un abandono total, como también hay ejemplos llamativos.
Mi fe de vida lleva un subtítulo esclarecedor acerca del contenido del volumen: Segunda antología (1986-2008), esto es, recopilación selectiva, realizada por el propio autor, entre los libros ya publicados en el periodo que se indica, algunos de cuyos títulos acabamos de mencionar. Y es significativo también el muy bien puesto título porque Rafael Alfaro, sacerdote salesiano de fe inconmovible, hace en este poemario otra declaración de fe, vitalista, humana, mundana y naturalista. Es el hombre situado ante su propia existencia terrenal el que, sin florituras espirituales ni alusiones a las fuerzas de la divinidad habla, en verso, de sus experiencias cotidianas, en el campo y la ciudad, en el amanecer y el anochecer, en sus relaciones con los demás seres humanos.
Poeta de extraordinaria sensibilidad, muy volcado hacia su más íntimas sensaciones que se atreve a exponer tras un largo proceso de elaboración Alfaro se vincula con una línea poética que no tiene nada que ver con el misticismo de los clásicos y sí con una hondura realista impregnada de ideas que forman parte de las preocupaciones del hombre contemporáneo susceptible de actuar en plena libertad de conceptos y expresiones. Hay en estos versos, variados en su concepción puesto que corresponden a etapas distintas y a planteamientos diversos para cada libro, una línea común que puede seguirse con sencilla y reconfortante nitidez, lo mismo si habla de este Júcar que fluye y que se queda o de cómo el huracán sacude los cimientos de la noche, en una eficaz metáfora alusiva a la conmoción final promovida por Muerte, la infatigable e insaciable.
Reconfortante, he dicho antes y ahora repito, este reencuentro con la obra de Rafael Alfaro, aunque por su carácter antológico muchos de los poemas ya nos eran conocidos. Lo que no quita validez, en absoluto, a este volumen; antes, al contrario, reafirma la notable valoración que merece el trabajo de su autor.

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