• Autor de la entrada:

El más antiguo emocionante recuerdo que tengo es el de girar a lomos de un caballito de cartón que subía y bajaba cadenciosamente, según el ritmo de una dorada barra metálica, a la que se sujetaban mis manos. Aquello, según la impresión infantil que conservo, giraba a una velocidad vertiginosa y producía en los niños de entonces algo parecido al pánico. Así de relativas son las coss. Aquellos caballitos de la posguerra -que dieron nombre genérico a toda la actividad lúdica de un recinto ferial- han desaparecido ya; sólo en exóticos lugares puede aún encontrarse la entrañable pista de sube y baja. Su caminar giratorio fue sustituido por la ola, los coches eléctricos, látigos, zig-zags, pulpos, galones, ruletas rusas, águilas y demás maldades puestas en circulación por el ingenio humano, en aras de hacer efectivo el propósito de sacar el estómago de su sitio y ponerlo donde no debe estar. Así hemos llegado a la feria de este año, felizmente -para nuestros bolsillos- concluida, en la que el rey de los «caballitos» ha sido ese diabólico invento (que, naturalmente, he visto desde la distancia), consistente en poner al personal boca abajo. Es como si nuestra consciente tendencia a huir de la realidad, pensáramos que ésa es una posición ideal, por si viéndolo todo del revés cambian las cosas.

Deja una respuesta