De cómo trepar mejor al nido de águilas
Durante los primeros ocho siglos de vida de esta ciudad, sus habitantes no tuvieron especiales problemas para subir o bajar, entre otros motivos porque prácticamente todos vivían arriba y con la ayuda de asnos o carros podían desplazarse hacia la llanura para trabajar. Las cosas se empezaron a complicar cuando, hacia el siglo XIX, esa población residente descubrió las presuntas ventajas de vivir abajo y dieron inicio al traslado masivo; como remate, además empezaron a llegar viajeros (Ponz, Peyron, Davillier, Ford, Bégin, Baroja, Pérez Galdós, Quadrado), todos ellos coincidentes en clamar sus angustias ante el desmesurado esfuerzo que requería subir las ásperas cuestas conquenses, alimentando así la necesidad de implementar algún artilugio que ayudara a suavizar esas dificultades.
Para los amigos de celebrar festivamente los números daré dos citas terminadas en 7, como este año en que estamos. En 1917 el Ayuntamiento decidió acometer por primera vez el problema, que entonces quiso resolver mediante un tranvía, para el que se encargaron los necesarios estudios que no avanzaron absolutamente nada. Casi lo mismo ocurrió el 17 de septiembre de 1957, fecha memorable en la que el pleno municipal aprobó el proyecto técnico de “un túnel y ascensores de elevación de personas y mercancías de la parte baja a la alta”, con un presupuesto, igualmente aprobado, de 15.982.950 pesetas.
Como se puede ver, la cosa viene de bien atrás, aunque naturalmente, ahorraré a mis lectores el prodigioso relato de los avatares que este invento viene experimentado en tan dilatado espacio de tiempo en el que se producen largos periodos de silencio absoluto con otros de explosivas iniciativas. Ahora vivimos uno de éstos y, como es norma de aplicación general a las cosas de Cuenca, en vez de remar todos en la misma dirección hay que dividir los esfuerzos y las propuestas con el simpático objetivo de que ninguna de ellas pueda salir adelante.
En el trajín verborreico actual se han olvidado por completo todos los antecedentes, incluido el último proyecto aprobado, en 2005, el del ingeniero Manuel de las Casas (ya fallecido) que pasó al olvido como todos los anteriores. Porque ¿para qué retomar algo que ya se estaba haciendo y que incluso costó un buen dinero, con lo bonito que es empezar siempre de nuevas? A esto se llama deshojar la margarita, una margarita enorme, inabarcable, que siempre está generando nuevos pétalos y por eso nunca se llega hasta el final.
Imagino que no es preciso entrar en detalles que conoce todo el mundo (y que las redes sociales están aireando de manera estruendosa). El proyecto de los cuatro ascensores vinculados a la muralla presenta una dificultad insalvable: aparece auspiciado por la Junta de Comunidades y el PSOE con lo que de inmediato tiene la total oposición del PP y el equipo de gobierno municipal que, a su vez, se saca de la manga otro proyecto llamado a tener la misma suerte adversa que el anterior y por los mismos motivos, o sea, por llevar la contraria. No hace falta ejercer de profeta para adivinar cual va a ser el inmediato futuro de este nuevo episodio, que tras un periodo de tormentosas declaraciones y aspavientos pasará al olvido, en espera de una nueva y futura resurrección. Lo que resultaría verdaderamente insólito es que, por una solitaria y excepcional vez, se diera un paso adelante, hubiera acuerdos conjuntos, se tomara una decisión y comenzara a aplicarse de manera efectiva. Eso, tan racional, no parece tener cabida en las peculiaridades del sistema conquense, tan suyo, tan nuestro.