La caída del muro toledano
Desde que los seres humanos primitivos tuvieron conciencia de que existían peligros amenazadores pensaron que un remedio eficaz sería el de levantar muros alrededor de sus habitáculos. Los primeros debieron ser empalizadas de cañas o barrotes de madera, luego llegaron los cercos de piedra, después las murallas, con el no va más del espectáculo en la Gran Muralla China que se prolonga nada menos que a lo largo de veinte mil kilómetros, con las que el imperio pensaba defenderse de los belicosos mongoles y así hasta hoy, en que locos como Trump pretenden levantar un muro de costa a costa para cortar la emigración y sin olvidar, que no lo olvido, la cruel y espinosa barrera que en torno a Ceuta y Melilla persigue un objetivo similar.
Todo eso, desde luego, son obstáculos físicos, de piedra, madera, alambres o espinas, pero no hace falta recurrir a materiales concretos. Se puede organizar una férrea barrera solo con las ideas y las palabras. Durante los últimos cuatro años, el grupo gobernante del Ayuntamiento de Cuenca, que ahora prepara ya las maletas, ha estado esgrimiendo de manera constante, sin motivos concretos, una permanente y negativa labor de obstrucción hacia cualquier cosa que pudiera llegar de Toledo, y no por la ciudad toledana, lógicamente, sino por lo que ella significa como sede del gobierno regional, origen de todos los males, foco de las incontables desgracias que nos acongojan, germen de la consabida marginación histórica con que los hados vienen castigando a nuestra desdichada ciudad. Lo peor, incluso lo más llamativo, es que ese mensaje destructor, negacionista, ha conseguido calar en no pocos ciudadanos conquenses, convencidos de que las cosas van mal no por culpa del mediocre e incompetente equipo de gobierno que ahora cesa, sino porque, efectivamente hay un maligno monstruo asentado en los sótanos de Fuensalida cuyo principal objetivo es dañar a la inocente ciudad de Cuenca.
A estas alturas, en vísperas del cambio en los estrados municipales, cabe preguntar qué éxitos, qué beneficios se han obtenido con esa permanente animadversión sostenida con singular empeño desde el Ayuntamiento de Cuenca contra la Junta de Comunidades. Y nos podemos preguntar qué pretenden los nuevos dirigentes del PP cuando ya adelantan su voluntad de mantener esa misma línea obstruccionista con el burdo intento de convencer al líder de Cuenca nos Une de que no lleve adelante la idea que ha mantenido en toda la campaña: colaborar con el gobierno regional, cualquiera que sea su signo. Al parecer, no han aprendido nada. No se han enterado de que el electorado no solo ha censurado severamente su forma de no gestionar las cosas cotidianas de esta ciudad sino también lo ha hecho a favor de recuperar las vías de comunicación y entendimiento con el gobierno regional, sabedores todos de que por ahí se pueden obtener resultados positivos para Cuenca. Desde luego, muchos más de los que son posibles con el enfrentamiento permanente.
En nuestra época, el símbolo más expresivo de esos intentos de separar ideas y hechos, de levantar barreras que impidan la comunicación, ha sido el muro de Berlín, cuya caída celebramos todos tan alegremente. Con la misma esperanza podemos mirar ahora hacia el futuro inmediato. Por supuesto, la otra parte asume una enorme responsabilidad también, pero eso ya lo saben y deberán actuar de manera que, una vez caído el muro separador, sea posible recuperar todas esas palabras maravillosas (entendimiento, colaboración, empatía) que marcan la capacidad de los seres humanos para actuar con sensatez y prudencia. Buena falta nos hace.