Algo más que una duda razonable

Sospecho que nos encontramos ante una nueva situación que puede (debería) provocar alguna polémica, entendiendo este concepto no como un intercambio de insultos y descalificaciones, procedimiento ya habitual en las llamadas (no se por qué) redes sociales sino como un debate sosegado y razonable para que quienes han tomado la decisión de hacer lo que han hecho la expliquen y justifiquen y quienes no estén de acuerdo expongan igualmente su posición discrepante.
         Es el caso que el proceso de restauración de las Casas Colgadas permite ya contemplar algunas de las actuaciones que se están llevando a cabo y que, tal como van las cosas, parecen tener un carácter irreversible, salvo que de la presunta polémica pudiera surgir una voluntad correctora de lo que puede ser un desaguisado, uno más, de los que repetidamente se cometen sobre nuestro patrimonio.
         Ya es discutible el tratamiento que se le ha dado a la que podemos llamar fachada principal, la que se orienta hacia la calle del Obispo Valero y la Plaza de la Ciudad de Ronda, donde la imagen antigua consolidada, de piedra, ha sido sustituida por una amplia superficie enfoscada y blanqueada, como si el color de la piedra, tan severo y austero, es verdad, estuviera en contradicción con el ánimo alegremente juvenil con que se quiere dotar a esta nueva versión del histórico edificio. Pero eso, más o menos, aún torciendo un poco la cabeza en señal dubitativa, se puede admitir.
         Donde saltan chispas es en la parte trasera del edificio, la que da hacia el Huécar y el puente de San Pablo. Aún cubierta por las mallas metálicas de la obra, ya han salido a la luz algunos fragmentos de esa fachada, que permiten contemplar dos hermosos paredones atrevidamente coloreados, uno de amarillo chillón y otro de naranja no menos llamativo. Y falta por ver si, cuando se retire por completo la malla, no aparecen otros fragmentos pintados de verde, azul o quien sabe qué mixtificación cromática.
         Simplificando las cosas, yo diría que el patrimonio cultural en general y el arquitectónico en particular debería merecer un respeto, no se si en términos sagrados, pero sí en aplicación de dos conceptos que se repiten mucho, protección y conservación, que parecen llevar implícito un sentido de mantenimiento en su esencia de aquello sobre lo que se está actuando, en lo que deberían introducirse cuantas menos modificaciones mejor y si es posible ninguna, mejor por completo. Idea que no es muy del gusto de quienes intervienen en estos asuntos y que, por lo visto, sienten una necesidad invencible de dejar su propia huella, para que se note que ellos han estado ahí y no sólo para restaurar el deterioro, sino para modificar a su gusto la frágil materia que se les ha entregado. El resultado de lo que se está haciendo en las Casas Colgadas, en esta fachada al menos, es francamente discutible y suscita algo más que una duda razonable.
         No es el primer desaguisado de esta naturaleza que se comete en Cuenca. Aún no hemos podido asimilar el desastre del mal llamado Jardín de los Poetas, una informe y fría estructura que no invita a nadie, sea poeta o ciudadano de a pie, a disfrutar de ella. En este caso, me pregunto si los responsables de cuidar cuanto tiene que ver con el patrimonio, deben (o quieren) decir algo. Las Casas Colgadas son Bien de Interés Cultural, con la categoría de monumento, desde el 11 de octubre de 2016. Esas declaraciones llevan consigo una serie de cautelas de protección que sería interesante saber si se están aplicando ahora, para confirmar la bondad de lo que se está haciendo o para corregirlo, antes de que vayan más allá y sea realmente irreversible.

Deja una respuesta