Tiempo para empezar a caminar
Terminó de deshojarse la margarita, al menos en su parte esencial -ya no será preciso recurrir al latiguillo de “en funciones” cada vez que se mencione al presidente de gobierno- mientras se mantiene la espera para conocer el resto del gabinete, en esta situación verdaderamente insólita –lo digo como periodista veterano, que nunca conoció algo semejante- que nos permite conocer ya una parte de los nombres de los ministros, incluso cargos de segundo y tercer nivel, mientras el grueso permanece siendo una incógnita, avalándose así la tesis de quienes piensan (y temen) que en realidad va a haber dos gobiernos, cada uno a su aire y al ritmo que marque esta cabeza bicéfala. Situación esperpéntica, sin duda.
       A la espera de ver cómo se desenreda semejante estropicio, que estos días ocupa intensamente a las mentes pensantes de este país, en esta columna volvemos la mirada a lo que interesa, el ser y el estar de esta mínima parcela del territorio nacional que mira, entre el desconcierto y la esperanza, lo que pueda suceder a partir de ahora, una vez que se acabaron pretextos y excusas: ya hay gobierno, en breve habrá presupuestos, ya se pueden tomar decisiones, escamoteadas durante meses precisamente porque todo estaba pendiente de ese sutil hilo que pasa por el ocupante del sillón de la Moncloa.
       Hay una sensación generalizada, creo yo, de que llevamos mucho tiempo perdiéndolo, de que el inmovilismo asentado en la cabecera de la gobernación del país se ha extendido como tela de araña al conjunto de las instituciones locales, incluyendo aquellas que tienen plena capacidad para actuar por su cuenta, sin necesidad de estar pendientes de lo que suceda en Madrid. Esa impresión puede palparse en los círculos de opinión más sencillos, el cotidiano que forman los ciudadanos de a pie no politizados por las consignas que emiten los partidos. Hay como una percepción de que aquí no se mueve nada, aparte las rutinas de cada día. Han pasado ya seis meses desde que se constituyeron los Ayuntamientos y lo que entonces estaba pendiente lo sigue estando, en sus mismas e inalterables circunstancias.
       Muchas de esas cuestiones pendientes tienen que ver con la estructura cultural que en esta ciudad es algo básico, fundamental, con vinculación directa al turismo. No hace falta pontificar ni teorizar sobre este binomio, esencial para definir el confuso futuro de Cuenca, hacía el que parecía íbamos lanzados con apasionantes proyectos encima de la mesa, cuando se ha producido ese parón que suscita, por lo menos, desconcierto, paso previo a la frustración. No se si algo tiene que ver el inesperado cambio que se produjo en la consejería de Cultura tras las elecciones de mayo. A quien entonces era titular, Ángel Felpeto, lo teníamos por aquí cada dos por tres y si no, su viceconsejero, Jesús Carrascosa, estaba muy al alcance de la mano. La consejera ahora se llama Rosa Ana Rodríguez Pérez y la segunda de a bordo, Ana Vanesa Muñoz Muñoz. No tengo noticias ni recuerdos de que ninguna de ellas haya venido a Cuenca ni una sola vez (y si me equivoco, lo corrijo de inmediato, como es natural) ni dicho nada que merezca la pena en cuanto a los objetivos que en materia de Cultura y Patrimonio se había marcado esta ciudad (¿tengo que volver a mencionarlos?) lo que bien se puede interpretar como una señal palpable de total indiferencia o desapego hacia ese catálogo de intereses que formaban el soporte sobre el que debería edificarse el prometedor futuro de Cuenca. El tiempo de espera ya se ha consumido sobradamente. Ahora llega ya, inaplazable, el de empezar a caminar. Con consejería o sin ella.

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