Las hojas que caen del calendario
De acuerdo con las leyes inexorables del tiempo, nos toca llegar al final de un periodo anual y al comienzo del otro, mecanismo repetido desde hace millones de años, solo que quienes existían en el lejano inicio de las vivencias humanas sobre la Tierra no eran conscientes de que sucedía tal cosa y, por tanto, tampoco tenían la menor preocupación por hacer balance de lo sucedido y menos aun planificar deseos y proyectos para el inmediato futuro. Es lo contrario de lo que experimentamos en este tiempo presente, tan convulso, que llega al tránsito sin que se haya podido resolver el tormentoso dilema de la formación de un nuevo gobierno, asunto que nos ha ocupado durante meses envueltos en miles de tertulias y artículos sabihondos, todos ellos inútiles para convencer a nuestros dignos representantes políticos de que el pueblo está de ellos hasta donde se puede estar. No obstante, un suave aroma de pronto remedio viene a alimentar la esperanza de que podremos conocer el fin de este culebrón, que arrancó en primavera y, con un poco de suerte, va a cumplir un ciclo anual completo. Si los Reyes Magos tienen corazón y entendederas, oirán el deseo colectivo de un pueblo irritado.
Y para esta tierra conquense, convulsa y en buena medida desconcertada, ¿cuál podría ser el balance del año que termina y cuáles los propósitos para el que empieza? En esto, como en todo, cada cual cuenta la feria según la ha ido, de manera que habrá opiniones para todos los gustos. A mi entender, en la primera parte del esquema, no se han producido grandes novedades. Busco en mi memoria, sin necesidad de recurrir a archivos ni anotaciones, y no encuentro nada especialmente llamativo que pueda servir para marcar 2019 como “el año de”, a diferencia de otros en que, por una obra significativa (el año que llegó el AVE), por un suceso espectacular (el año que Sergio Morate mató a las dos chicas), por una noticia enriquecedora (el año que se otorgó a Cuenca el título de Patrimonio de la Humanidad), hay hechos que se vinculan a un momento concreto de nuestro devenir colectivo. Eso, tal como yo lo veo, no ha ocurrido en los últimos doce meses lo que nos puede llevar a pensar que ha sido un periodo anodino, como de tránsito inadvertido, sin dejar tras sí más recuerdo que el de la simple cotidianeidad sin aspavientos ni sobresaltos, porque ni siquiera la tímida crecida del Júcar ha servido recientemente más que para el disfrute de los fotógrafos aficionados.
Desde esa perspectiva miramos al inmediato horizonte que se va a abrir tan pronto lleguen las uvas de aquí a unas pocas horas. Cada cual, en.su pensamiento, tendrá hecho un listado de deseos o proyectos, personales o colectivos. Por supuesto, una amplia mayoría está dispuesta a aprender inglés, ya, y otra no menos mayoría tiene el ferviente propósito de que, este año sí, va a hacer ejercicio con el mejor de los entusiasmos y perseverancia. Nos queda una visión de conjunto a la preocupación general, la que va afrontando cada vez con un sentimiento más acusado de escepticismo el futuro que espera a esta provincia, para la que son ya muy raras las noticias esperanzadoras o positivas. Sería muy consolador que el nuevo año nos trajese, cuanto antes, una de ellas, algo que significase un impacto capaz de remover las conciencias y hacer aflorar un poco de entusiasmo. No todo va a ser negativo, no todas las noticias van a machacarnos con la crisis de la despoblación, no siempre va a ser mirar el horizonte en espera de que asome el sol y despeje los nubarrones. En algún momento tiene que salir, iluminar el paisaje y calentar los ánimos alicaídos. A lo mejor el nuevo año consigue cambiar el signo de las dudas que nos abruman.