Miguel Jiménez Monteserín
Cuenca, 2010. Diputación Provincial; 610 páginas.
Miguel Jiménez Monteserín (Madrid, 1951) tiene acreditada ya de manera considerable un sobrio dominio de la historia española en el amplio periodo que corresponde a la clasificada como Edad Moderna, la que se inicia con los Reyes Católicos y alcanza en su totalidad el Antiguo Régimen, con los Austrias, la Edad de Oro y la Inquisición como elementos básicos de unos siglos sin duda de compleja comprensión, como suele ocurrir cuando se mezclan luces y sombras, que de ambas hubo no poco a lo largo de aquellos años. Los amplios conocimientos del autor se han ido trasladando a la letra impresa de una forma sistemática, ofreciendo ya un rosario bien nutrido de conferencias, artículos y libros que van formando un cuerpo sólido y coherente, en el que tiene cabida también un amplio espectro de publicaciones centradas en Cuenca. Dos títulos fundamentales, Asomarse al pasado (1983) y Vera pater pauperum (1999), una monumental biografía de San Julián que es, a la vez, todo un tratado de historia de Cuenca, encajan perfectamente en lo que decimos y a los que viene a unirse ahora otro más, de atrayente contenido: Triunfo de la Católica Religión, referido a desmenuzar de manera prolija lo sucedido en el auto de fe celebrado en la ciudad conquense el 29 de junio de 1654.
Para llegar a ese momento, el autor desmenuza a lo largo del denso contenido de este libro todos los elementos que integran el no siempre comprensible fenómeno de la Inquisición Española, institución sometida a un constante proceso revisionista, casi siempre a partir de posiciones iniciales irreductibles que, por ello mismo, ofuscan la comprensión de todos los factores que la integran. Entre esa maraña de posiciones contrapuestas intenta navegar Jiménez Monteserín ofreciendo de manera minuciosa el relato de los distintos componentes del funcionamiento del sistema inquisitorial, para llegar en seguida al objeto pretendido en el libro, esto es, el auto de fe, cuya escenografía variada expone con todo detalle, ayudándose para ello de testimonios tan expresivos como sorprendentes en algunos casos.
El acto final de los procesos inquisitoriales, el que sin duda le proporcionó mayor fama y, por supuesto, el destinado a influir en la sociedad de la época y trascender hasta la nuestra, es el macabro espectáculo conocido como auto de fe, esto es, la ceremonia en que se hacían públicas las sentencias y se ejecutaban, de manera inmediata, para ludibrio de los condenados y alegría colectiva del pueblo ansioso de propuestas de vistoso contenido, aunque llevaran consigo el martirio y la muerte de los protagonistas muy a su pesar. El auto de fe, la culminación de los procesos, era a la vez un acto de afirmación religiosa católica, encaminada a disuadir a quienes tuvieran la tentación de ponerse al límite de las verdades dogmáticas como una decidida demostración de obediencia al poder civil, a la monarquía absoluta, pues ambas cuestiones, religión y corona, aparecían íntimamente vinculadas en esos momentos definitivos.
Un excelente ejemplo de cuanto decimos es el elegido por Jiménez Monteserín para ejemplificar su tesis: el auto de fe, enriquecido con todos los ingredientes del barroco, escenificado en la Plaza Mayor de Cuenca el 29 de junio de 1654 (día de San Pedro), después de un largo periodo sin que se efectuaran ejecuciones públicas. De lo allí sucedido tenemos el relato, cuidadosamente detallado, escrito por Antonio de León así como el Poema heroico que escribió Cristóbal de Estrada y que en este libro se reproducen íntegramente, completando así, con estas versiones, notarial una, literaria la otra, el amplio relato documental que viene a ser una pieza más, de suma importancia, en el siempre abierto problema que tiene como centro de estudio y análisis a la Inquisición española.