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Francisco Mora

Madrid, Exlibris, 2009; 103 págs.

Durante los últimos años, Francisco Mora (Valverde de Júcar, 1960) parecía ir abandonando la que, durante la década anterior, había sido su principal dedicación, la poesía, plasmadas en un nutrido repertorio de libros, algunos de ellos reflejos, a su vez, de anteriores premios literarios. De la tierra adentro (1983), La luna en los álamos (1992), Sonata breve con desnudo y lluvia (1994), La noche desolada (1998) y Memoria del silencio (2000) forman ese listado de poemarios, algunos de cuyos elementos integrantes han sido incorporados a antologías o recopilatorios. Pero tras esa tarea, como señalamos, se ha producido una intensa incursión en el ámbito de la prosa, esencialmente del relato corto, como ocurre en Las lágrimas (1984) y, sobre todo, en el excelente conjunto formado por Todos los peces se llaman Eduardo (2007) mientras se ha incorporado al siempre difícil, en ocasiones muy duro, ejercicio del articulismo periodístico, mediante la publicación se una columna semanal (los miércoles) en la última página de El Día de Cuenca, pare de cuyo contenido fue recogido en la antología 100 columnas (2005).

    Todo este preámbulo quizá sobra, porque Francisco Mora es, por méritos propios, singularmente por la constancia de su dedicación a la escritura, uno de los nombres más firmes del universo literario conquense, pero quizá tampoco está de más recordar cosas obvias, teniendo en cuenta que la tendencia natural humana hacia la desmemoria alcanza entre nosotros características de profundo arraigo.

    Sucede ahora que el prosista contumaz de los últimos años vuelve a sus orígenes y, cuando los agoreros daban por sentado su abandono de la poesía, regresa a ella con un libro de extraña lucidez conceptual y limpia expresión lírica, en cuyos versos se deslizan, como al descuido, un toque de melancólica traslación de pensamientos vinculados a una visión no siempre optimista del alma humana. Quizá sea oportuno señalar aquí que, como indica el propio autor en una nota final, esta colección de poemas (50, en números redondos) se escribió en un periodo muy dilatado, de 1999 a 2007; no responde, en consecuencia, a una elaboración metódica, a partir de un planteamiento inicial desarrollado sistemáticamente, antes bien, apreciamos (aunque el autor no lo diga explícitamente) momentos de muy diversa configuración mental como inspiradores de unos versos por los que transita, incontenible, un profundo caudal de sensaciones.

     Francisco Mora es un autor profundamente humanista, aplicando a este término el sentido tradicional que heredamos desde los tiempos clásicos. Importa en su obra, en el tratamiento dado al poema, el ser humano, ese extraño sujeto analizado hasta la exasperación por filósofos y sociólogos sin llegar nunca a desentrañar su esencia de manera tan profunda como lo puede hacer un buen poema:

     El hombre piensa: Estoy solo y converso

     conmigo mismo; mi vida es, acaso,

     una interminable conversación

     con la sombra que persigo mas nunca

     alcanzo. Y de los labios del hombre

     se descuelga una mueca de dolor.

     Es ese hombre solitario, preocupado, consciente de sus limitaciones, a la búsqueda siempre del tiempo que fluye, el que late tras esta emocionada, intensa, colección de versos extraídos de la memoria íntima del autor y trasladados al papel mediante una exposición conscientemente desnuda de florituras rebuscadas en el almacén de las metáforas. Por ello este libro de versos puede y debe ser recibido con regocijo pues nos devuelve al mundo de la poesía, del que nunca se fue del todo, a un poeta íntegro, consciente de su capacidad para transmitir emociones y poseedor de un serio bagaje de conocimientos en el serio manejo de los matices íntimos del idioma.

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