La calle sigue siendo el mayor espectáculo del mundo. Aunque parece haber -en algunos sitios- un enorme complot para echar a la gente de las calles (tantos obstáculos, tantas molestias, tanto tráfico) el género humano se resiste a la expulsión y continúa reivindicando la posesión del ámbito público. Éste es el gran teatro en el que, alternativamente, somos actores o espectadores, según viene el aire. Obtener una buena esquina, un amable portal, quizá un escaparate para la visión indirecta, es tener entrada de primera fila para asistir, a buen precio, al delicioso ir y venir de todos. Y no hace falta disimular miradas, porque con la misma impudicia que contemplamos a los demás somos vistos cada uno de nosotros. Así es, lo mismo en la Quinta Avenida que en las Ramblas, en la Puerta del Sol o en Carretería. La calle, en toda su amplitud (cualquiera que ella sea) es un enorme, gigantesco mosaico, en el que vamos dejando el rastro de nuestra existencia, de manera que cada anónima pisada se transforma, mágicamente, en una estrella que recoge la señal indeleble de nuestras huellas.Y así, la calle no es sólo, como en Sunset Boulevard, de los elegidos de la fortuna. La calle es de todos los que salimos a ella, intérpretes de nuestro propio papel.

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