Cuando había romería en San Juan de la Ribera
El nuestro es un país festivo. No más que otros muchos, porque en casi todos los seres humanos vienen mostrando una tendencia atávica a festejar con cualquier motivo plausible que se ponga al alcance de las iniciativas organizadoras. Antiguamente, el pretexto tenía que ver con cuestiones laborales, más o menos traídas al pelo, sobre todo vinculadas al campo y sus procesos, tendencia claramente arrinconada por las incontables advocaciones religiosas que un día sí y otro también son motivo de celebraciones en todos los lugares de nuestro territorio; en algunos hay varias de ellas, como sucede, sin ir más lejos, en la propia capital provincial, donde son abundantes las citas festivas, todas en torno a un santo o virgen, a lo largo del año.
Por eso es extraño –a mí me lo parece- que una de esas fiestas, que tuvo un fuerte arraigo popular, haya desaparecido y no es eso lo más raro, sino que nadie haga lo posible por recuperarla, de manera que Cuenca parece haberse convertido en una isla de indiferencia, ajena al entusiasmo que el día de san Juan despierta en medio país. En Cuenca, la celebración, romería incluida, tenía por escenario la amplísima explanada natural que se abre en las inmediaciones de la ermita de San Juan de la Ribera, junto al Júcar, algo más allá de donde se encuentra la Playa Fluvial, pero enfrente, en la margen izquierda del río. El paraje se puede contemplar perfectamente desde el mirador de la ermita de San Isidro, aunque de la ermita apenas si quedan unas pocas piedras en pie. Muñoz y Soliva, tan amigo de estas costumbres populares, nos ofrece una imagen muy lucida de cómo se celebraba la fiesta, explicando su experiencia un día de San Juan en que tuvo que ir a oficiar misa a la ermita: “La verbena fue concurridísima; por cualquier parte de oían músicas de bandurria y guitarra y se veían hoguerillas para hacer el chocolate o calentar el desayuno; y saliendo por la tarde a paseo, vimos la ciudad verdaderamente despoblada. Desde la Plaza Mayor a la salida para Valencia no habría quince casas con moradores; todos estaban en la orilla del Júcar”.
Por entonces existía en Cuenca una parroquia de San Juan, a medio camino en la subida a la parte alta. Años después de ser suprimida, hubo un movimiento para recuperarla en la parte baja, donde se estaba urbanizando el centro urbano, con lo que hubiera sido la primera parroquia moderna de la ciudad, pero no se pasó del intento teórico. Según Piñas Amor, que conocía como nadie todo lo que sucedía en las inmediaciones del Júcar, la romería del día de San Juan se estuvo celebrando hasta el año 1936 y cuenta también que en el interior de la ermita había un cuadro con la imagen del santo, que podía verse desde el ventanillo de la puerta. A diferencia de lo que sucedió con muchas otras cosas (la Semana Santa, sin ir más lejos) terminada la guerra civil nadie se acordó de recuperar la romería a San Juan de la Ribera, que de esa forma pasó a la historia y al territorio en que se acumulan los recuerdos y la nostalgia. Peor aún: la ermita, enclavada en una finca que había pasado a ser propiedad de la empresa eléctrica, quedó abandonada, sin santero ni santo, ni feligreses ni romeros, con lo que entró en ese camino terrible que conduce a la ruina total, situación en la que ahora se encuentra y, sospecho, sin remedio alguno.
Esta semana que ahora termina, las hogueras de San Juan han iluminado incontables lugares de la España festiva. Me parece curioso, muy curioso, que Cuenca se mantenga al margen de una costumbre tan extendida.