El Tormagal de Masegosa, en la alta Serranía
Una vez más, vuelve a hablarse de turismo, de cómo promocionar hacia el exterior, lo que hay en Cuenca, en todos los órdenes, y una vez más se repiten los mismos tópicos, parecidas banalidades, en busca siempre de soluciones mágicas que no pasan por manás que caen del cielo sino por iniciativas concretas y singulares. No soy tan necio como para negar que desde hace muchos años se vienen realizando aportaciones meritorias, ni tampoco es posible desconocer evidentes avances en cuestiones básicas como la expansión hotelera y la mejora en la oferta de restauración pero continúan existiendo serias deficiencias en asuntos de promoción y, sobre todo, en la apertura de nuevos horizontes que rompan la rutina de unos itinerarios trillados ya de forma cansina. Hay muchos puntos todavía desconocidos (o no suficientemente publicitados). Y convendría hacerlo. El Tormagal de Masegosa es uno de ellos.
Conviene no hacer comparaciones. Cada lugar tiene su propia esencia, una personalidad definida, sin necesidad de establecer vinculaciones de cualquier tipo con otro de similares características. Así deben ser las cosas, pero ese planteamiento inicial, con su carga teórica, no puede impedir que, en casos concretos, aparezca una línea de comunicación con otros en apariencia parecidos. Así es, necesariamente, cuando hablamos de El Tormagal, una formación cárstica que responde a las líneas generales apuntadas para este proceso natural que se viene escenificando desde hace millones de años sobre la morfología calcárea de la Serranía de Cuenca. Y sin embargo, pese a tales concomitancias evidentes, el paraje se encuentra singularizado, tiene sus propios matices definidores y por ello no merece quedar subsumido en conceptos globales que pudieran resultar injustos.
El primero de esos matices es el silencio, la soledad, la calma íntima que se desparrama por el paraje, donde se respira intensamente el aroma de la serenidad más profunda de la Serranía, en el sector nororiental que se asoma a los desequilibrios más atrevidos, los del Alto Tajo, que discurre al otro lado. Estamos, sí, en la Serranía de Cuenca, en el seno del monte Muela Pinilla y del Puntal, cuya apariencia externa es la de un monte más, plagado de elegantes y airosas coníferas. Pero al traspasar ese límite exterior, el más visible y penetrar en lo interno (en su alma, podríamos decir, metaforizando una cualidad humana) encontramos el magnífico despliegue de cuanto la naturaleza cárstica ha sabido elaborar, con singular ingenio de formas y osadas elucubraciones rocosas para provocar en el espectador un sentimiento de maravillada complacencia. No me extenderá aquí, porque no es el lugar adecuado, en cuestiones relacionadas con la geología, la vegetación o la flora. Dejo el descubrimiento para quienes quieran verlo con sus propios ojos.
Es El Tormagal un pequeño paraíso natural, vinculado al territorio municipal de Masegosa, en el seno del monte público Muela Pinilla y del Puntal. El pueblo, pequeño pero muy acogedor, ha estado históricamente vinculado siempre a la villa de Beteta, pero hace siglo y medio que tiene personalidad municipal propia. En sus calles podemos encontrar todavía algunos valiosos ejemplos (no tantos, ay, como hubo tiempo atrás) de arquitectura popular serrana. Y en sus alrededores apreciamos la enorme y generosa variedad de los paisajes, la amplitud de los horizontes y el misterio, siempre insondable, con que la naturaleza abruma los seres humanos.