Traca final: mucho ruido y pocas nueces

El alcalde de Cuenca, Ángel Mariscal, ha estimado conveniente despedirse del cargo disparando contra mí una traca Como suele ocurrir en estos casos, hay un estruendo disonante y una fumata neblinosa que, cuando se diluyen, no dejan tras de sí nada. Mucho ruido y pocas nueces. Esta andanada contra un periodista que expresa libremente su opinión es un pobre aval democrático para alguien que debería ser respetuoso con las ideas de los demás.
       Esta serie de artículos va por el número 167, en algo más de tres años. En esa colección, hay poquísimas alusiones al Ayuntamiento de Cuenca; la mayoría, meramente informativas y alguna, incluso, encomiástica. No hay ninguna mención al alcalde Ángel Mariscal ni motivo alguno en todo este tiempo que le haya podido molestar. Se da por supuesto que todos los que se dedican a la política o a ejercer cargos públicos, asumen como principios inmutables el respeto a las libertades. Imaginemos lo que pasaría si los políticos, de todos los niveles y categorías, se dedicaran a replicar de manera continua a articulistas y tertulianos. Naturalmente, ninguno lo hace. Sospecho cual ha sido la razón en este caso. Casi coincidiendo con mi artículo de hace 15 días, Ángel Mariscal, siguiendo el ejemplo de la madrastra de Blancanieves, preguntó a su espejo mágico quién había sido el mejor alcalde de Cuenca y recibió, como es natural, la respuesta deseada, de manera que de inmediato reunió a los medios informativos para trasmitirles la grata nueva: él ha sido el mejor alcalde de Cuenca. Lo ha dicho sin ruborizarse. Tampoco tengo noticias de que los demás alcaldes, así humillados, le hayan llamado para tirarle de las orejas.
       Desde esa posición de soberbia y vanidad, mi análisis sobre el futuro que espera a esta ciudad, superado el trance de distanciamiento que ha existido los últimos cuatro años entre Ayuntamiento y Junta, le ha disgustado, y pretende justificarlo, culpando a los demás. Me ha recordado esa imagen que vemos tantas veces en un partido de fútbol en TV: el delantero avanza incontenible, el defensa le pone la zancadilla, aquel cae haciendo gestos de dolor, este levanta los brazos al cielo mientras con cara de inocente se dirige al árbitro: “Yo no he sido, es que él se ha caído”. Eso argumenta Mariscal: el Ayuntamiento no ha hecho nada, es que en la Junta son muy torpes y no saben hacer las cosas. Y ofrece un largo repertorio de ideas no realizadas. Se le olvida, claro, mencionar el esperpento de la Colección Polo o el peregrino caso de los ascensores al casco antiguo, pertinazmente saboteados por el Ayuntamiento, por no hablar de la forma en que se pusieron todas las pegas posibles a las obras del hospital, que va avanzando contra viento y marea a pesar de las repetidas afirmaciones de que están paradas.
       Pero sí hay colaboración institucional, dice Mariscal, y pone como ejemplo la Semana de Música Religiosa, olvidando que, en un gesto inaudito él, alcalde de Cuenca, dimitió de la presidencia del Patronato alegando, precisamente, disconformidad con la Junta. Coherencia, Mariscal, coherencia.
       Mi tesis, en aquel artículo, y que ahora repito, es que se abre un horizonte de perspectivas favorables para esta ciudad. Nadie podrá alegar, en el futuro, obstáculos o dificultades de una institución sobre otra o de un partido hacia el contrario, puesto que todos van a pertenecer al mismo. La responsabilidad con que se enfrentan es enorme y ojalá acierten a encontrar las fórmulas adecuadas para que esta ciudad (y su provincia) salgan adelante y se supere la grave crisis en que están inmersas.
       Mariscal ha terminado su etapa de gestión. En aquel artículo le hacía una pregunta que ahora repito, remedando a San Pablo (Corintios, 15, 55): ¿Dónde está, Mariscal, tu victoria? ¿Qué beneficios ha obtenido esta ciudad, qué ventajas hemos conseguido los ciudadanos con esa permanente obstrucción a la Junta?
       Con todo, le deseo suerte y felicidad, en lo personal y en lo laboral. Y si alguna vez vuelve a ocupar cargos públicos o políticos, sería conveniente que recordara la sabia admonición de Don Quijote a su escudero: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos”. Aunque él considere nefasta la costumbre que algunos tenemos de pensar y opinar le aseguro que el ejercicio de la libertad es muy saludable.
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       Al comienzo de su alegato, Mariscal introduce una frase con la que pretende ofenderme. Es una alusión de tipo personal, extemporánea, fuera de lugar. Afirma que yo dejé en el Teatro-Auditorio una deuda de un millón de euros. Mentira. Cuando yo dejé la dirección de ese centro, en enero de 2008, no se debía ni un céntimo. Es fácil saber cómo y cuándo después se formó la deuda, y cómo se fue engrosando, mes a mes, hasta que una sentencia judicial obligó a liquidarla, incluyendo los intereses generados. La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero y por más veces que se repita una mentira, nunca llegará a ser ni medio verdad.

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