Una singular colectiva de artistas modernos
No se de quién ha sido la idea, pero cualquiera que sea la mente que la ha tenido hay que decir que se trata de una buenísima idea. Más llamativa aún si valoramos el hecho de que es una cosa tan simple, tan asequible, que sorprende que nadie la haya tenido antes. Elucubraciones aparte, el hecho está ahí, en el que antiguamente llamábamos Salón Rojo de la Diputación, destinado a las reuniones plenarias y a los grandes actos institucionales y que ahora sirve para todo, incluidas exposiciones aunque, por poner una pega, no tiene para ello una disposición adecuada y en este caso se nota: la exposición titulada “Obras destacadas”, magnífica en sí misma, por su contenido y por los autores que la conforman, sería mucho más llamativa, podría ser mejor apreciada, en otro espacio expositivo que permitiera una ordenación más razonable, menos apretada, sin dar la sensación de obras acumuladas que se interfieren entre sí. Un mal menor.
Lo que importa es la idea y su realización, el resultado. La Diputación Provincial, como casi todas las instituciones públicas, tuvo un periodo de mecenazgo de artistas que permitió ir formando una colección de obras que, por falta de un lugar adecuado para ser expuestas de manera permanente, se encuentran depositadas, almacenadas, imagino que en correctas condiciones de conservación. De ese lugar ignoto sale ahora ese fondo artístico para estar durante un mes a la vista de quien quiera contemplarlo. Desde luego, la primera impresión es espectacular. Es como ir a una exposición colectiva de las que suelen hacerse con artistas primerizos, solo que aquí, de una tacada, tenemos ante la vista a Gustavo Torner, Benito López Chust, Virgilio Vera, Vicente Merino, Lorenzo Goñi, Manuel de Aristizábal, Fernando Sánchez Covisa, Francisco Prats, Fernando Somoza, Luis Muro, Emilio Cerrillo, Víctor de la Vega, José María Lillo, Emilio Morales, Miguel Ángel Moset, Javier Pagola, Julián Grau Santos, Miguel Zapata, Wifredo Lam, Antonio Saura, Carmen Calvo, Óscar Pinar, Bonifacio Alfonso, Julián Pacheco, Fausto Culebras, Luis Marco Pérez, Leonardo Martínez Bueno, Mateo Cuenca, Vicente Marín, Francisco Ortega. Son todos los que están; faltan algunos nombres imprescindibles, como Fernando Zóbel o Manuel Millares, pero la nómina de los presentes es tan poderosa que con la simple mención de esos nombres, se nos despliega todo un panorama de lo que ha sido el arte en Cuenca durante el último siglo.
La exposición abre otras perspectivas y me remite al recuerdo de un pasado, todavía reciente, en el que se diseñó y empezó a planificar un Museo de Arte Moderno, encargado de completar el vacío existente entre el Arqueológico y el Diocesano como receptáculos del pasado y el de Arte Abstracto; en medio queda un hueco poderoso que, sin embargo, tiene acumulado en almacenes material suficiente para dar lugar a ese otro Museo por ahora inexistente. El Ayuntamiento tiene unos fondos considerables; en el Museo de Cuenca los hay también; los de la Diputación están a la vista. Lamentablemente, los de la Caja de Ahorros fueron expoliados y trasladados fuera de Cuenca. De ese presunto posible Museo de Arte Moderno tuvimos una ligera, casi imperceptible señal, cuando se apuntó como escenario la renovada iglesia de Santa Cruz, ahora escamoteada para otros fines. Miro hacia el panorama institucional y no encuentro nada que apunte hacia una renovación positiva de las estructuras culturales de esta ciudad adormilada. Desde luego, aquel viejo proyecto del Museo de Arte Moderno, similar a los que existen en las demás ciudades, no parece que vaya a encontrar hueco en un futuro inmediato. Nos conformaremos con que de vez en cuando las instituciones saquen sus colecciones a la luz de la calle.