Teruel existe y está ahí, al lado de Cuenca
En un libro de reciente publicación sobre la historia del ferrocarril en Cuenca he aportado no pocos datos y comentarios sobre el entusiasmo provocado, hace ahora justamente un siglo, ante la posibilidad de conseguir un el trazado de una línea férrea que pudiera enlazar las ciudades de Cuenca y Teruel, en unas alternativas implicándolas solo a ellas, en otras buscando una conexión conjunta con Valencia y en alguna más, incluso, prolongando las vías hacia el sur, a través de la Mancha, abriendo así interesantes posibilidades a una comunicación norte-sur que cien años después sigue siendo inexistente y que hubiera ofrecido una considerable solución a algunos de los infinitos problemas de articulación del territorio que sufre este país.
Es obvio, pues resulta de una evidencia absoluta, que aquellos sueños no pasaron de ese nivel utópico y ni escritos, discursos, reuniones, visitas, gestiones, proclamas y lamentos consiguieron mover un ápice la esclerotizada maquinaria del sistema gubernamental vigente entonces. Pero no es mi intención aquí, ni remotamente, dejar paso a quejumbrosos lamentos por la oportunidad perdida sino señalar, con la brevedad que requiere el espacio disponible en este artículo, el entusiasmo, actividad y energía que durante una década desarrollaron las gentes de Teruel, hasta el extremo de conseguir arrastrar a la por lo común apática Cuenca, obligada por la fuerza de las circunstancias a seguir el trazo de la enérgica iniciativa promovida por aquellos tozudos aragoneses hasta que finalmente las circunstancias históricas les hicieron desistir.
Durante los últimos años, los turolenses han desarrollado con singular acierto una red de establecimientos comerciales distribuidos por toda España en los que se venden de manera selectiva sus productos, agrupados con un sentido de colaboración solidaria que ya quisiéramos ver en otros sitios. Quienes viajamos los encontramos casi por todas partes; desde luego, en las grandes ciudades abundan y parecen desenvolverse con singular éxito económico y consiguen ofrecer una imagen muy valiosa.
Lo que ha pasado ahora, en las últimas elecciones, lo sabemos todos. Ante la sorpresa generalizada, la propuesta política calificada como Teruel Existe ha logrado un escaño en el Congreso, que por sí mismo será perfectamente inútil, pero que contribuye ya, y lo hará más en el futuro, a incrementar esa visibilidad que resulta imprescindible en un país que ha decidido olvidarse por completo de la España interior, ninguneada a todos los niveles (basta con ver los telediarios). Es comprensible que este llamativo ejemplo haya despertado el interés en otros sitios, donde se acaricia la posibilidad de imitarlo y reproducirlo. Si en el ámbito político hubiera sentido común resultaría relativamente fácil mover una agrupación de fuerzas en las provincias que genéricamente podríamos llamar la Celtiberia (Cuenca, Teruel, Soria, Guadalajara) y ya no sería un solitario diputado el que pudiera levantar la voz, como sin duda lo hará el que ha resultado elegido. Grupo que, de paso, obligaría a los representantes de los partidos tradicionales a modificar su habitual apatía y mostrar algo de interés por las provincias a las que dicen representar.
Si tal fuerza pudiera conformarse, a lo mejor, incluso, podríamos llegar a ver, no ya aquel tren frustrado de hace un siglo, sino algo mucho más sencillo, la autovía de Cuenca a Teruel, necesitada no solo para comunicar dos ciudades sino unos amplios territorios del centro de España, condenados a la despoblación y el olvido.