Hablando del trasvase, todo sigue igual

Como sucede cada vez que hay cambio de gobierno, quienes hasta entonces han estado postergados por el anterior plantean una serie de cuestiones, de variado carácter, que esperan, confiadamente, poder resolver en el nuevo tiempo que se abre. Lo normal, y a las repetidas experiencias me remito, es que pasado el tiempo de la euforia inicial, todo siga igual, porque en eso, dictaminó el clásico jesuítico antiguo, consiste la mudanza, en que nada cambie para que todo continúe con las mismas características. Sin embargo, es consustancial al ánimo de los seres humanos actuar confiadamente en que sus deseos puedan llegar a ser convertidos en realidad y los múltiples tropezones que nos da la vida no son capaces de amilanar esa confianza, de modo que puesto en posición de marcha el nuevo gobierno se le han planteado viejas cuestiones pendientes.
       Dos de ellas vienen acompañadas de una especial urgencia a la vez que de exigencia: el ATC en Villar de Cañas y el trasvase Tajo-Segura. Los más optimistas, que los hay, a pesar de las repetidas experiencias, daban por sentado que en breve plazo el gabinete progresista y renovador encabezado por Pedro Sánchez daría pronta respuesta a ambas cuestiones. Lo ha hecho, levemente, sobre la más fácil, la primera, para la que ha dictado una especie de suspensión del trámite para estudiarlo más a fondo. Opción razonable y que no compromete a nada, aunque los enemigos de esa obra han cantado rápida victoria, dando por supuesto que ya todo está hecho y el dichoso almacenamiento nuclear periclitado. Me parece que las cosas no están tan claras y por ello convendría actuar con cierta prudencia por si acaso donde dije digo hay que decir diego.
       Pero, como he señalado, eso era relativamente fácil. Villar de Cañas es un pequeño pueblo de la provincia de Cuenca donde hay un mínimo nivel de votantes a los que resulta sencillo desairar en sus expectativas, más aún si, de paso, se da pábulo a la demagogia ecologista, tan poderosa en los tiempos que vivimos. Lo otro, lo del trasvase, es harina de otro costal. Ahí hay miles de votos, poderosísimos intereses económicos y políticos, un entramado de holdings que viene condicionando a todos los gobiernos de este país, al que ni las protestas de los pueblos perjudicados ni las demandas ni las sentencias del Tribunal Supremo ni la aparente (solo aparente) discrepancia de sus socios en el gobierno de Castilla-La Mancha son capaces de mover un ápice del objetivo final. Y eso viene ocurriendo lo mismo con gobiernos conservadores que socialistas, partidarios todos de la inamovible continuidad, como acabamos de comprobar con la primera decisión adoptada en esta materia.
       El trasvase Tajo-Segura fue pensado y diseñado inicialmente durante la República, siendo Largo Caballero ministro de Fomento, pero lo planificó y ejecutó el franquismo, que aprobó en 1968 el plan proyectado por el ministro Silva Muñoz. Conviene señalar que desde el primer momento, pese al férreo control que entonces se ejercía, la provincia de Cuenca plantó cara a lo que se advertía como un gravísimo expolio de nuestra riqueza colectiva, sin recibir a cambio ninguna compensación que pudiera equilibrar el daño producido en beneficio de terceros. Desde entonces y hasta hoy, se viene aplicando un sistema racionalmente injusto que solo contribuye a incrementar el desequilibrio territorial, marcando las diferencias entre los ricos y los pobres. Corregirlo, es lo que hubiera debido acometer ya el nuevo gobierno para demostrar con hechos que algo va a cambiar en este país. Por lo pronto, todo sigue igual.

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