Los sonidos envolventes de Mangana
Quienes tienen la afición y la curiosidad por internarse a veces en los vericuetos que ofrecen los viejos periódicos saben de sobra que su estructura de contenidos es radicalmente diferente a los de ahora. Lógico, porque los tiempos cambian y las modas imponen nuevas normas y costumbres. En esos paseos por las añejas páginas, carentes de color y elaboradas por lo general con unas ideas estéticas muy austeras, se encuentran noticias curiosísimas que hoy sería impensable leer y que nos transmiten el pálpito de una sociedad cuya vida cotidiana quedaba recogida en los papeles informativos. Todo ello, claro, antes de que se inventaran los variados mecanismos de comunicación que hoy tenemos a nuestra disposición.
Hay, en todos los medios, creo yo, excesiva atención por los grandes temas que preocupan colectivamente y que quizá por ello ocupan de manera desaforada páginas impresas y horas de emisión, mientras que otros mínimos sucesos domésticos escapan de la atención informativa y solo son percibidos por quienes los captan, quizá inadvertidamente, como por casualidad. Por ejemplo, que haya vuelto a sonar, después de años de silencio, el carillón musical de la Torre de Mangana, desde donde cada cuarto de hora se difunde la melodía de la Serranilla tradicional de Cuenca. En sí misma, esa es una noticia insignificante; al lado de las algaradas de Cataluña (y, sobre todo, del sorprendente tratamiento informativo que se les da) que nuestra vieja torre municipal vuelva a emitir sonido no tiene mayor entidad noticiable ni es merecedora de quince segundos de espacio en cualquier televisión.
Y, sin embargo, para la historia mínima de esta ciudad, ese es un dato que tiene evidente interés, quizá no tanto por el hecho en sí mismo como por lo que significa. La torre de Mangana, que no es musulmana ni mudéjar ni cosa alguna que se le parezca, sino cristiana y renacentista, se levantó en el siglo XVI precisamente para cumplir una función social muy necesaria en aquellos tiempos: marcar las horas en la vida de la ciudad y proporcionar un eficaz y rápido mecanismo de difusión de noticias, mediante el sonido de sus campanas, perceptible en un amplio entorno geográfico. Si el reloj se para (como ha ocurrido también en largos periodos) o las campanas no suenan, la torre pierde su sentido más profundo y se transforma en un elemento visual estático, inútil, plantado en un ámbito frío y desangelado. Todo lo contrario de cuando recupera ambos elementos: las manecillas se mueven al ritmo del tiempo y los sonidos surgen alegremente para expandirse por toda la ciudad.
Quizá esta recuperación, aunque no se publicite como tal, tenga algún impacto en el interés turístico que tanto se desea promover. Situada a pocos metros del centro neurálgico, la Plaza Mayor, hay siempre un pequeño reguero de personas que buscan el, por otro lado, agradabilísimo sendero urbano que lleva hacia Mangana, pasando por la Plaza de la Merced. A las experiencias sensitivas que este breve recorrido ofrece, probablemente el más interesante de cuantos existen en nuestro casco histórico, se añade ahora ese complemento sonoro que tiene su mejor expresión ahí, a los pies de la torre, contemplando quizá el sorprendente panorama del río Júcar acercándose al barrio de San Antón, o bien intentando descifrar los misterios que se esconden bajo los paneles transparentes que ofrecen insinuaciones sobre la Cuenca medieval. Ahí, justo ahí, en ese momento, el carillón de Mangana empieza a sonar, dulcemente, y uno puede creer, realmente, que ha sido transportado a otro mundo.