atribución (desde mi punto de vista, errónea) son las denominaciones que coexisten en el pasado y que nos hablan de su pertenencia a una u otra orden medieval de las que entonces se disputaban el poder y la influencia. Una de ellas, ya lo sabemos, era la de los templarios, cuyo nombre siempre aparece, entre brumas e indecisiones, cuando se habla de los orígenes de la Cuenca cristiana, sin que nunca llegue a concretarse con exactitud cual fue o pudo ser el papel de aquellos legendarios caballeros, a quienes quizá, no se sabe, se podría atribuir el establecimiento de esta iglesia, que nunca llegó a tener condición parroquial. Y para que el misterio (o el desconocimiento, si se quiere decir así) sea completo, tenemos la sorprendente transformación del título original en San Pantaleón, que aparece por las buenas, nadie sabe cómo o por qué, a mediados del siglo XIX y con ese nombre se la conoce hoy.
El más bello arco ojival conservado en Cuenca
Me pregunto, mientras contemplo el recoleto espacio que corresponde a la que fue iglesia (o ermita) de San Pantaleón, con el más bello arco ojival que es posible imaginar, tras él un par de cipreses que alzan hacia las alturas su elegante porte arbóreo, al fondo, hierática, serena, la imagen de Federico Muelas y en torno a todo ello, el misterio, la magia, la imaginación, la leyenda, me pregunto, digo, cuántas de las personas que pasan ante este lugar, la mayoría sin detenerse ni dirigir una mirada, algunas sí buscando el encuadre apropiado para que la foto quede bonita, los ocupantes de la terraza a lo suyo, que es beber, comer y descansar, piensan o caen en la cuenta de que se encuentran en un punto de esencial importancia en la configuración urbanística de esta ciudad, en sus inicios, a partir del cual se fue dando forma al entramado que hoy conocemos y en el que, casi por un milagro, ha podido sobrevivir este bello rincón.
San Juan del Hospital, San Juan de Jerusalén (o de Acre), San Juan de Letrán según otra
Los investigadores nos dicen que el templo se levantó a comienzos del siglo XIII, con una traza de gótico puro y tres naves, que fueron sucesivamente eliminadas en épocas posteriores, hasta quedar solo una y que fueron acompañadas de la consecuente transformación de la portada, que también pudo tener tres puertas. Eso fue al comienzo. Luego vino el abandono, la decadencia y la ruina. En 1873 el propio Ayuntamiento, insensible entonces ante estas cuestiones, lo fue desmantelando para utilizar los materiales en reforzar las defensas en el castillo y las murallas, en previsión del ataque que se esperaba de los carlistas.
Cuando, un siglo después, comenzaba la recuperación del casco antiguo, uno de los artífices de aquella ejemplar empresa, el concejal Florencio Cañas, explicaba cómo había encontrado el solar de San Pantaleón: «Presentaba un suelo cubierto de tierra, algunos objetos domésticos en desuso, porquerizas, conejeras, gallineros; había algunas piedras sueltas labradas y, en el centro, un montón de gasones de yeso y cascotes de piedra de mampostería bien colocados, a la manera de un majano del que, curiosamente, emergía una higuera; las puertas, de dos hojas fijas, de dos tercios de altura, que cerraban el arco ojival, eran de madera de tablas lisas carcomidas y chapadas con trozos de latas de conserva».
De ese pasado oscuro y cochambroso emerge ahora la belleza de San Juan del Hospital o San Pantaleón, sencilla y elegante, sobria y delicada, merecedora de que los paseantes detengan un momento su caminar desorientado para mirar y hacerse una foto buscando el encuadre en el más bello arco ojival que se conserva en Cuenca.