Campos de girasol, sosegada presencia

Siempre me ha resultado muy consoladora la imagen de los campos de girasol, tan abundantes en amplias zonas de nuestra provincia, cuando llegan estas fechas veraniegas y lucen todo el esplendor colorista de sus elegantes matas verdes, regando con generosa presencia campos que pudieran estar yermos sin esa abundancia de tortas de brillante color amarillo, de futuro incierto, por otro lado, pero de inexcusable belleza cromática, material adecuado para la literatura y el cine.
       Esta presencia es más notable en este extraño año, en que la tradicional abulia agosteña viene marcada por inhabituales señales de agitación que cubren de inquietas noticias periódicos y telediarios. Ya no hace falta recurrir, como sucedía hace años, a invenciones más o menos escacharrantes (famosa fue la serpiente de Chillarón, inventada por Carlos Briones) para cubrir de noticias un mes que se presentaba vacío de contenidos. Ahora, con el follón de los taxistas en media España (o más de media, según se mire), el de los vuelos de Ryanair (que vuelve a poner en cuestión el mito de los precios bajos, que al final salen más caros), el continuo debate sobre los guías de turismo o los pisos turísticos de alquiler o los apuros del Gobierno para sacar adelante las últimas medidas económicas que pretendía (con lo que descubre qué peligroso es tener extraños compañeros de cama, que lo mismo pasan del éxtasis amoroso al desapego más cruel), por no hablar de los tejemanejes en TVE y del insólito desafío asumido por Rosa María Mateos, pretendiendo enderezar el ente en tres o cuatro meses, tenemos garantizada información, tertulias, comentarios y análisis para todo el mes.
       Pese a ello, hay cosas que permanecen, se repiten y se mantienen, pese a su reconocida inutilidad. Por ejemplo, Sanidad nos sigue dando periódicos partes sobre zonas líquidas en que no es recomendable el baño, porque las aguas son insanas y eso a pesar de que nadie hace el menor caso de tales advertencias y cada cual se baña donde le parece. En cambio, la diligente actividad de estos funcionarios no se aplica nunca, que yo sepa, a los infames efluvios que desprenden los cientos de contenedores  que pueblan las calles de Cuenca (y también de la mayoría de los pueblos) sin que nadie obligue a los ayuntamientos implicados o a las empresas concesionarias de tales servicios a pasar la fregona y el desodorante de vez en cuando para aliviar las miasmas que nos invaden a todos. Y si esto es ya habitual, imaginemos lo que puede pasar en estos días, en que los expertos nos anuncian los males del infierno con temperaturas que nos van a poner literalmente a caldo.
       Este agosto no es como el de todos los años o como era antes, de parón total en la vida del país, con fábricas y tiendas cerradas, con todo el mundo en la playa o de fiestas en los pueblos. Creo que ni siquiera el gobierno se va a poder tomar vacaciones, con la que tiene encima entre taxis, aviones, financiación autonómica, pateras llegando a docenas, inmigrantes acumulándose en centros de acogida (y sin solución a la vista para un problema creciente) y todo el sin fin de lindezas más o menos polémicas que vienen formando el calendario de la actualidad cotidiana.
       En ese panorama, que yo no quisiera dibujar más dramático o problemático de lo que es, la sosegada presencia de los campos de girasol ejerce una acción balsámica, como si sobre ellos no incidiera en manera alguna el drama vital de cada día. Podrá haber eclipses de luna y las estrellas fugaces volverán a cruzar el firmamento un día d estos, pero aquí abajo, en la tierra de los campos de Cuenca, las tortas de girasol seguirán brillando con su amable presencia.


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