Con permiso del tiempo y la autoridad
Lo que más importa (y preocupa) es mirar a los cielos para intentar descifrar los comportamientos indecisos de la meteorología porque, a pesar de quienes se empeñan (es su oficio) en arrojar sobre nosotros predicciones que intentan adelantar acontecimientos, luego sucede lo que sucede, de manera que cuando menos se espera nos cae un chaparrón suficiente para aguar y amargar la fiesta. Y eso, en la semana que está a punto de empezar, puede tener tintes dramáticos, como derivación lógica en una estructura social y económica que lo juega todo a una sola carta. No quiero ser agorero; al contrario, siento tendencia al optimismo y, sin mirar a los mapas, estoy convencido de que la lluvia respetará que podamos desarrollar de la mejor manera posible la actividad religioso-lúdica-festiva-cultural que nos espera.
Pienso, naturalmente, en los esforzados miembros de las diferentes cofradías y hermandades cuyo afanoso trajín de todo el año merece el premio final al que aspiran, que no es otro que salir procesionalmente a la calle, para satisfacción personal propia y orgullosa exhibición pública del paso al que pertenecen, pero también en todos los demás, naturales del país y visitantes, que esperan la llegada de estos días en busca de vacaciones, más o menos merecidas. Para Cuenca, ya lo sabemos, la Semana Santa viene a significar el pistoletazo de salida que encamina la actividad hacia perspectivas más lucidas que la declinante vida comercial vigente durante el periodo invernal. Más allá de las tópicas y aburridas declaraciones oficiales sobre etéreos sueños económicos la realidad nos vincula de manera directa hacia el turismo y a potenciarlo y cuidarlo deberían dedicarse quienes entienden de estas cosas. Por ello sería conveniente contar con la colaboración del tiempo, si es que hay forma humana de convencer a tan poderoso sistema de que aparque el frío y la lluvia y nos deje disfrutar en paz.
La Semana Santa se ha convertido, no se si de manera consciente o por simple evolución natural de los acontecimientos, en el eje vital que hace girar a su alrededor la existencia toda de la ciudad. Son miles de personas, cierto, las implicadas en la organización de esta actividad, cuya influencia trasciende al estricto ámbito de la organización para incidir en todos los demás. No hay sector que pueda quedar al margen o que no se vea afectado, en una manera u otra (del tráfico no digo nada) por lo que va a suceder. Y ello sin dejar que la nostalgia nos devuelva a tiempos pasados, en que las cosas eran bastante diferentes a como son ahora. Nos lo dicen las imágenes tan generosamente recuperadas y también los relatos de quienes tienen memoria para recuperar sensaciones perdidas. Aquellas tres solitarias procesiones que ocupaban solo los días centrales de la semana, han ido creciendo hasta cubrirla por completo, a los que este año se unirá el único que quedaba libre, el sábado, en lo que no se si ha sido una buena idea. Seguramente, dentro de muy poco las dudas se habrán despejado y la nueva procesión ya no será discutida, como tampoco lo es la del lunes.
La Semana Santa es una festividad directamente ligada a la primavera, esa dama esquiva y tornadiza, que parece actuar con un ligero toque de sadismo ambiental, obligándonos a sentir frío angustioso en lo que deberían ser jornadas templadas y placenteras. Aquí tenemos ya a ambas, la primavera y la Semana Santa, la una recién entrada, la otra a punto de hacerlo, con su punto de intriga inquieta por saber lo que nos van a traer. En cualquier caso, estamos dispuestos a disfrutarlas, si el tiempo y la autoridad lo permiten.