El otoño se viste con chopos amarillos 
            
Durante mucho tiempo, mi amigo Melchor, que conocía sobradamente Cuenca y era un apasionado de la fotografía, cuando se buscaban imágenes con maravillosas cámaras analógicas que luego se trasladaban al papel, llamaba siempre, cada año, al acercarse las fechas otoñales, para que yo le fuera informando sobre la evolución cromática de los chopos de ribera, dándole cuenta de por dónde iba el tradicional amarilleo de sus hojas. Eso ocurría siempre a mediados de septiembre y mi amigo, que era de profesión maestro de Primaria, quería el dato para planificar su viaje a Cuenca sin estorbar la actividad laboral que, como sabemos, es preciso ejercer diariamente. La rutina se prolongó durante bastante tiempo, hasta que mi amigo consideró que ya había acumulado tantos cientos de fotografías en tantos rincones ribereños, que no era preciso seguir insistiendo y así pusimos fin a ese periódico encuentro anual.
   He escrito -ya lo han visto quienes estén leyendo estas líneas- septiembre que es cuando, cumpliendo con una biológica obligación ancestral, los chopos de Cuenca se cubrían de amarillo para, a continuación, tras unos días, quizá un par de semanas, de vestir lujuriosamente el paisaje, quedarse desnudos como nacieron, ofreciendo a la mirada humana el dolorido escenario de ramas desprovistas de cualquier cobertura. Aquel era el punto de partida, el que recuerdo y que de manera insensible se fue prolongando de manera progresiva, hasta que un año cualquiera descubrimos, con sorpresa, que la explosión cromática había llegado hasta el día del Pilar, ese mismo que ahora tenemos ya en vísperas, sin que la habitual cita con la explosión colorista otoñal haya hecho todavía acto de presencia en la capital. Es preciso adentrarse en territorios serranos de mayor altitud para encontrar ya las primeras señales de que, en efecto, el tiempo ha llegado y no habrá excepción, tampoco este año (y seguramente nunca) al natural desarrollo de las cosas. El otoño botánico llegará, desde luego, con notable retraso sobre el cronológico, para confirmar lo que a estas alturas todos sabemos, aunque quede por ahí algún reticente empeñado en negarlo, o sea, que existe un cambio climático sobre cuyo desarrollo podemos especular, como con todo lo que tiene una perspectiva futura, imposible de predecir por más empeño que pongamos en ello.
      El chopo (populus nigra) es -leo en una definición enciclopédica- un árbol alto, esbelto, corpulento, que puede llegar a los 30 metros de altura, tronco grueso de corteza parda, ramas robustas que forman una gran copa piramidal y, aquí viene la clave, hojas caducas, de color verde brillante que al llegar el otoño toman unos variados tonos ocres hasta llegar al amarillo. En esas estamos ahora, esperando la aparición espectacular del momento cromático tantas veces experimentado y, sin embargo, siempre sorprendente, como todo lo nuevo, sensación que compartimos ampliamente la generalidad de habitantes de esta tierra, como si no supiéramos o no hubiéramos visto lo que está a punto de llegar, como si cada vez fuera algo nuevo, diferente, esta sencilla evolución vegetal.
     No cometeré aquí la osadía de competir, ni de lejos, con la abundante legión de escritores, singularmente poetas, que han llevado al papel maravillosos textos, donde el adjetivo (el difícil y arriesgado adjetivo) entra a saco para señorear prosas y versos. Ciertamente, no va por ahí mi estilo, más bien prosaico y algo seco, pero esa limitación no me impide, desde luego, considerar los méritos, la belleza, la elegancia, la serenidad, el porte, tantos elementos confluentes en ese árbol de apariencia tan delicada y presunta inutilidad material, cuyo único objetivo en esta vida parece ser el de formar hileras bien ordenadas en las márgenes de los ríos y vestir, con su cambiante hojarasca, el horizonte. Porque un chopo solitario, sobre todo si está fuera de ese ámbito natural, es como todo sujeto rebelde, un incomprendido, alguien fuera de la norma. Los chopos son lo que son cuando están bien alineados y el suave tremolar de sus hojas acompaña con un suave rumor su serena presencia. Hemos llegado a ese tiempo amable en que los chopos de nuestros ríos van a vestir el paisaje. Tarde, porque así lo decide el cambio climático, pero siempre a su debido tiempo. Me cuesta trabajo creer que esta maravilla otoñal pueda desaparecer algún día.

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