Salvar el parque de San Julián
Hace casi un año (agosto de 2017) dediqué un artículo, en esta misma columna, a comentar el solemne disparate que se estaba preparando en el seno del Ayuntamiento de Cuenca para atentar muy gravemente contra el parque de San Julián, en el que se pretendía intervenir, por capricho y sin justificación razonable para, entre otras cosas, eliminar la verja que lo rodea, transformándolo en un jardincillo a pie de calle. Algunos lectores quedaron escandalizados al leerme, otros pensaron que exageraba y algunos más me aseguraron que no era posible que semejante idea tomara forma entre personas de bien, como sin duda lo son todos los concejales. Lejos de recapacitar y apelar al sentido común, la corporación ha seguido con el plan, erre que erre hasta que finalmente, a punto ya de llevarlo a la práctica, ha conseguido que la apática y sumisa población conquense salga de su letargo y reaccione de manera airada en forma tal que ha obligado a una rectificación, no se si con la boca pequeña, pues nos dicen que las verjas se van a mantener pero que otros cambios sí se llevarán a cabo. Tiemblen.
No es la primera vez que sucede un acontecimiento semejante. En el otoño del año 2000 el mismo Ayuntamiento, aunque formado entonces por otro alcalde y diferentes concejales, tuvo la malhadada idea de construir un aparcamiento debajo del parque, operación urbanística de considerable envergadura que, entre otras cosas, obligaría a suprimir la práctica totalidad de la vegetación existente porque, como cualquiera sabe, los árboles suelen tener raíces que van por el interior de la tierra, de la que se alimentan y si la tierra se sustituye por bloques de hormigón, malamente van a poder cumplir esa función. Aunque los jóvenes desconocen aquel episodio y los mayores seguramente lo han olvidado, las cosas se plantearon tal como las digo; con lo que no contaban aquellos insensatos es que pudiera pasar lo mismo que ahora: una enérgica reacción ciudadana que arremetió con todos los mecanismos pacíficos posibles e hizo inviable la absurda promesa de que, construido el aparcamiento, el parque volvería a quedar tal cual, infundio que, como es lógico, no creyó nadie por lo que no tuvieron más remedio que renunciar al proyecto.
Hay un pequeño, pero importantísimo detalle, que en la situación actual cobra especial relieve. El parque de San Julián (llamado entonces de Canalejas) fue diseñado en 1914; al año siguiente se realizó la primera plantación y sirvió ya de recinto para las fiestas; continuaron los trabajos y en 1916 se dotó de iluminación. Con estas leves referencias quiero llegar a un punto clave: el parque ha cumplido ya cien años y esa respetable cifra debería provocar respeto y hacerlo intocable, como ocurre con los edificios, que al llegar a ser centenarios reciben de inmediato la protección oficia30l que obliga a actuar en todo momento con las necesarias cautelas. Hasta ahora, nadie se ha preocupado, que yo sepa, de otorgar al parque de San Julián ningún tipo de protección ni aparece incluido en relación alguna que venga a proporcionarle salvaguarda ante posibles intervenciones que pretendan distorsionar su carácter y estructura. Quienes tan alegremente toman decisiones como estas deberían recapacitar y actuar con la prudencia que es siempre recomendable en tareas de buen gobierno.
Por dos veces, la opinión pública conquense ha reaccionado de modo enérgico y eficaz para salvar el parque de San Julián. No hay ninguna garantía de que, pasado el actual soponcio, no intenten de nuevo destruirlo pensando que a la tercera puede ir la vencida. Es necesario permanecer advertidos, por lo que pueda pasar.