Cruz Novillo reencuentra sus carteles de cine
Impresiona situarse en un punto céntrico de la Sala de Exposiciones del Museo de Cuenca, en la calle Princesa Zaida, y mirar alrededor. Sería exagerado decir que ahí está “todo” el cine español, pero no lo es asegurar que si está gran parte del mejor cine español de todos los tiempos. Si alguien hiciera -y no se si ha hecho ya- una relación con los cien títulos más valiosos realizados en España en el último medio siglo, en ella se incluirían no menos de veinte o treinta de los que están aquí representados, en forma de carteles con una firma ineludible, la de Cruz Novillo, el gran diseñador español contemporáneo. Es una figura bien conocida a todos los niveles; incluso, me atrevo a decir, en su ciudad natal, Cuenca, hay un amplio conocimiento sobre él, más allá del que puedan tener los alumnos del centro que lleva su nombre y que ese día, el de la inauguración de la muestra, acudieron expectantes y curiosos a conocer al titular de la placa y comprobar, quizá con alguna sorpresa, que es un ser vivo, afectuoso, comunicador y no solo una referencia histórica como ocurre en otros edificios académicos.
Pero volvamos al tema del cine y retomo el hilo conductor con que inicié este comentario. Ahí estamos, en la sala de exposiciones, mirando a un lado y otro, para sentir la cálida presencia de películas que nos acompañaron en el momento de su estreno y algunas de ellas luego, en otras ocasiones de felices reencuentros que permiten descubrir matices nuevos quizá inadvertidos en una primera y rápida visión. Ahí está la muy querida (estuve en el rodaje) Peppermint frappé (Carlos Saura) conviviendo, más allá de los condicionantes del tiempo y el espacio, con otras hermanas de igual hermosa factura, ¡en celuloide todas! antes de que se inventaran las modernas técnicas digitales de plasmación de imágenes y sonidos. Hay otros Sauras, no menos interesantes, como La madriguera, El jardín de las delicias, Mamá cumple cien años o Ana y los lobos, pero también piezas insustituibles en esa presunta historia del cine español, en la que muchos críticos ponen en primer lugar absoluto El espíritu de la colmena (Víctor Erice), sensible, bellísima, que aquí convive, en ese ámbito intemporal con Del amor y otras soledades (Basilio Martín Patino), ¿Por qué te engaña tu marido? (Manuel Summers), Habla, mudita (Manuel Gutiérrez Aragón), Hay que matar a B. (José Luis Borau), Vuelve, querida Nati (José María Forqué), Tasio (Montxo Armendáriz), El año de las luces (Fernando Trueba), Una estación de paso (el debut de Gracia Querejeta), Familia (Fernando León de Aranoa) de quien también encontramos su excelente y conmovedora Los lunes al sol y el considerable a la vez que estrambótico aporte de Luis García Berlanga a su conmovedora visión de España: La escopeta nacional, Patrimonio nacional y Nacional III. Está una de las más impresionantes películas que yo puedo recordar, El desencanto (Jaime Chávarri), ese tremendo docudrama sobre la familia Panero y la no menos dramática Pascual Duarte (Ricardo Franco), retrato de una durísima época de este país. Hay títulos menos conocidos popularmente, pero valiosos, por distintos motivos, en algunos casos por haber sido la primera y quizá única aportación de su director. Todos ellos se han reencontrado en esta exposición porque, como dijo el propio autor, algunos se habían perdido y ahora han podido ser recuperados para, en una especie de juego de magias, volver a reunirse en torno a su creador, para gozo y disfrute de quienes quieran ver así, visualmente, de una sola vez, una parte importantísima del mejor cine español de todos los tiempos. En los carteles de Cruz Novillo.