La balconada de Beteta

A pesar de todos los pesares (luego comentaré alguno), la Plaza Mayor de Beteta sigue siendo una de las más interesantes entre las pocas que conservan ese carácter en el conjunto de la provincia y más específicamente en la Serranía. Aunque es ya un tópico recurrente en quienes escribimos sobre estas cuestiones, lo cierto es que en muy poco tiempo, apenas una veintena de años, se ha producido un muy serio quebranto en las características básicas que se supone corresponden a una plaza mayor, considerada por lo general como un ámbito de convivencia social para las gentes del pueblo y también el punto de cita para los visitantes, espacio en el que casi siempre confluyen los elementos esenciales de la actividad colectiva: ayuntamiento, iglesia, algún otro servicio público, quizá una o varias grandes casonas de familias emblemáticas, y por supuesto, el bar, el lugar al que se acude no solo para beber sino también para mantener una actividad compartida.
      Beteta ha sido tradicionalmente uno de los lugares emblemáticos del urbanismo propio de la Serranía de Cuenca, condición que sigue manteniendo pese a los desafueros cometidos en épocas modernas por ese inmoderado afán de renovarlo todo, venga o no a cuento y sea o no necesario. Como es siempre recomendable en estos lugares, el paseo por las calles es el mejor ejercicio para admirar la esencia constructiva y el carácter popular de la villa, con agradables rincones envueltos por un sosegado ambiente en el que es posible encontrar espacios muy apacibles, bajo la sombra, que antaño fue protectora y hoy es solo una ruina con valor estético, del histórico castillo levantado en lo alto de un enorme peñasco para proteger el paso por el río Guadiela y controlar debidamente la amplitud del valle.
       Como corresponde a un enclave serrano, la construcción urbana se adapta a la topografía del terreno y en él encontraron un espacio suficiente para diseñar la Plaza Mayor, en la que abrieron, en uno de sus costados, un amplio balcón en forma de espléndido mirador sobre ese mismo valle que acabo de mencionar, que era bellísimo,  naturaleza en estado puro, hasta que colocaron en medio, bien visible, una planta embotelladora de agua, utilísima sin duda, pero que emborrona el paisaje. Eso sí, ha traído trabajo y dinero a la zona, y ante tan explícitos argumentos cuestiones como la belleza o el paisaje pasan a segundo plano y se convierten en cuestiones insignificantes. Delante del mirador, un monolito recuerda la figura de Juan Bautista Martínez del Mazo, el pintor de cámara del rey, ayudante y yerno de Velázquez, a quien se atribuye haber nacido por aquí.
       Desviamos la mirada para volverla sobre la Plaza Mayor, de trazado geométricamente regular, renovada en su pavimento y delimitada por una solitaria calle que cruza el pueblo de parte a parte y que deja, a su lado, la llamativa balconada de madera que ha sido siempre una seña de identidad de Beteta. En la plaza forman ángulo dos nobles a la vez que severos edificios, marcados por la construcción en piedra, como corresponde a la esencia del lugar. Uno es el Ayuntamiento, sencillo pero encantador, con su reloj que marca las horas y rematado por un doble campanil, cosa infrecuente en las casas municipales. El otro se identifica fácilmente por la leyenda que campea en su parte superior: “Se construyó este edificio para Escuelas a expensas del S.C.R. D. Pedro Pascual Rodríguez, año de 1884”. Dichosa edad y tiempos dichosos aquellos en que se construían tales edificios para escuelas y había filántropos capaces de financiarlos.

        Pero lo más vistoso de la Plaza Mayor de Beteta (y de todo el pueblo) es la fila de edificaciones, tres en total, que conserva una cierta uniformidad en la que destaca la balconada de madera que las unifica a todas, salvo la excepción clamorosa (y este es uno de los pesares) de la última de ellas, que ha sustituido los pies derechos por otros de vulgar mampostería, desajuste visual que se compensa con la primera, la de más ortodoxa conservación, que incluye el mantenimiento del magnífico tejado. Lástima (y este es otro de los pesares) que la servidumbre al coche que sufren todos los Ayuntamientos impida al de Beteta hacer una cosa tan sencilla como prohibir el aparcamiento en la Plaza (habiendo, como hay, tanto sitio en otros puntos del pueblo), y eso impide el fastuoso espectáculo de poder contemplar de manera diáfana esta bonita imagen que lo sería más sin coches delante estorbando.

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