Sobria y clásica elegancia en La Merced de Huete

Presumen en Huete, y con razón, de tener el más rico y variado patrimonio arquitectónico de toda la provincia, cosa que ha llevado consigo, durante años, una constante preocupación por encontrar los mecanismos necesarios para propiciar su adecuada conservación y utilización con fines acordes a los tiempos que vivimos. Asunto nada fácil, teniendo en cuenta el rapidísimo proceso de despoblación que sufrió la histórica ciudad, con la consecuencia inmediata de que muchos de esos edificios, señoriales, religiosos o administrativos, perdieron su funcionalidad y, con ella, pasaron a engrosar el catálogo de los castigados con el abandono y, quizá, la ruina. Como viene sucediendo en otros lugares de la provincia, esa situación conoce ahora síntomas de reversión, lo que anima a observar el futuro con algo de optimismo. Así viene sucediendo en la ciudad optense, donde se está desarrollando un eficaz proceso de recuperación de algunos de esos nobles edificios (el ábside de Santa María de Atienza, el convento de Jesús y María).
        En ese repertorio destaca sobremanera la inmensa mole construido del que fue convento de mercedarios, cuyo origen se remonta al siglo XIII aunque, como es obvio, la edificación actual es de fechas posteriores, a lo largo del XVII, en que alcanzó su actual configuración, un enorme complejo en el que se habilitaron tantas dependencias que ha sido posible ubicar en él múltiples organismos modernos, en uno de los más llamativos ejemplos de reutilización que podemos encontrar lo que, de paso, ha introducido en el edificio numerosas modificaciones estructurales que lo harían irreconocible a los monjes si pudieran volver a la vida.
         La Merced domina ampliamente el entorno inmediato por su volumetría y destaca igualmente si, desde alguno de los altozanos que rodean a Huete, se dirige una mirada sobre el conjunto urbano de la ciudad. El edificio conventual tiene una considerable planta rectangular que levanta tres pisos de sillería muy bien labrada, con un espléndido repertorio de ventanas enrejadas en la planta inferior y ventanas en las dos superiores, ofreciendo a quien lo contempla una maravillosa lección de regularidad arquitectónica clásica, de sabio equilibrio adaptado al desnivel del suelo. Plantarse frente a esta noble y elegante edificación señorial produce un ineludible placer estético, en el que la admiración por las características de la obra se combina con el deleite que provoca su contemplación.
        Otra historia es lo que ha pasado por dentro a lo largo de los años, adaptando los espacios como se ha podido para ir acoplando las múltiples necesidades de una burocracia cada vez más compleja. Menos mal que se ha podido mantener la elegante escalera principal y el vistoso claustro, silencioso testigo de sus otros vecinos: archivo municipal, archivo notarial, juzgado, cárcel del partido, hospital de sangre durante la guerra civil, Correos y Telégrafos, agencia de Extensión Agraria, etc. (alguno de ellos ya tiene local propio), a las que modernamente se han unido el Ayuntamiento, la Casa de Cultura, la OMIC, biblioteca, centro social, centro de la mujer, salón de actos polivalente  y, en fin, dos museos, el Florencio de la Fuente y el de Arte Sacro. Incluso hubo aquí un teatro municipal, que funcionó en la primera década del siglo XX. En la actualidad, el edificio es sede del Ayuntamiento, el Juzgado de Paz, Archivo, salón de actos polivalente, biblioteca, centro social, OMIC, Centro de la Mujer, Oficina Comarcal Agraria, además de los dos museos mencionados. Es, como digo, un eficasísimo ejemplo de reutilización de un arquitectura clásica adaptada a las necesidades modernas.

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