Las verjas del parque de San Julián
Una de las últimas tonterías oídas por aquí (seguramente ya hay alguna otra que ha venido a sustituirla) es la que nos informa de que existe un proyecto encaminado a eliminar las verjas del parque de San Julián y del recinto ajardinado de la Diputación provincial. El pretexto banal que se nos pretende colocar es que así se facilitaría el libre y cómodo acceso de todos los ciudadanos, incluidos aquellos que, por algún motivo, tienen dificultades para poder moverse libremente. Me temo que, en esto, como en tantas otras cosas, se produce un exceso verbal y que quien está detrás de este disparate, a falta de argumentos objetivos y racionales, se inventa una necesidad donde no la hay y así justifica su propio capricho.
Si mis notas no andan revueltas, creo que la última modificación estructural del parque de San Julián corresponde al año 2005 en el que, justamente, se hicieron practicables las cuatro puertas esquinadas por las que ahora puede acceder cómodamente cualquier tipo de vehículo, desde un cochecito de bebé hasta un camión-grúa, pasando, naturalmente, por sillas de ruedas; también entonces se modificaron los paseos perimetrales, ahora muy cómodos para este tipo de necesidades. Razonamiento que se puede extender sin ningún problema al jardín del Palacio provincial, situado al nivel de la acera y por consiguiente, sin ningún obstáculo que impida el facilísimo acceso a su interior como, en efecto, viene sucediendo.
Para no reducir este comentario al nivel teórico solamente he estado un buen rato en el interior del parque de San Julián observando el ir y venir de las gentes, el trasiego humano que sigue haciendo de este espacio céntrico de la ciudad un punto elegido por muchos para pasar el rato. Había, como siempre suele suceder, un par de personas mayores sentadas en los bancos, leyendo, una escena que siempre me conmueve porque no hay espectáculo más estimulante que el de la lectura ni utilidad mayor para el banco de un parque que servir de acomodo a un lector (por cierto: más le valía al Ayuntamiento recordar su antigua promesa de reabrir la biblioteca pública que tuvo acomodo en el sótano del quiosco. Eso sí sería una aportación útil). Y había, por retornar al tema que aquí interesa, mamás paseando a sus bebés en cochecitos, alguna silla de ruedas, patines, patinetes y bicicletas infantiles, es decir, un variopinto catálogo de elementos rodantes que habían podido llegar, sin ninguna dificultad, hasta el interior del recinto.
Hay algo más, que también es importante tener en cuenta. Eliminado el argumento fundamental queda otro no menos valioso, aunque parece que aquí no se quiere tener en cuenta. No soy experto en jardinería, desde luego, pero sí hay personas que lo son, en jardinería y en urbanismo, y ellas podrán emitir una opinión más sólida. Si alguien cree que todos los parques y jardines son iguales y que cualquier cosa sirve para todos, sin más, se equivoca. Hay conceptos y estilos que necesitan tratamiento diferenciado. El parque de San Julián y el Palacio de la Diputación son jardines de estructura clásica e inspiración decimonónica, concebidos y trazados con el requerimiento de estar circundados por un recinto enrejado que, por cierto, era de altura mayor a la actual, reducida a estos niveles precisamente en la reforma antes citada. Quitar las verjas a este parque es tan absurdo como querer ponérselas a los de Moralejos, San Fernando o Villa Román, que sí son espacios abiertos, concebidos estéticamente de esa forma de acuerdo con el estilo que inspiró su trazado. Cada cosa tiene su propia personalidad y lo que es adecuado para uno no tiene por qué aplicarse a otro. ¿Alguien imagina que a un concejal madrileño se le ocurra eliminar la verja del parque del Retiro? Me divierto pensando en lo que caería sobre él.
Yo espero que esta peregrina idea sea sólo un calentón debido a las altas temperaturas veraniegas y que el sentido común (si queda algo de él) devuelva las cosas a su ser natural. Si al Ayuntamiento le sobra tanto el dinero para gastar, podría dedicar algunos cientos de euros a repintar las rayas de las calles, incluidos los pasos de cebra; eso sí que es una necesidad palmaria para garantizar el cómodo transitar de los peatones. Lo de quitar las rejas de los jardines es lo que digo al principio, o sea, una solemne tontería.