El rollo de justicia, símbolo de autoridad
No recuerdo haber leído ningún artículo o trabajo sobre los rollos de justicia que pudieron existir en la provincia de Cuenca, ni por qué fueron eliminados ni comentario alguno sobre los (pocos) que aún permanecen en pie. Porque en esto, como en tantas otras cosas, haberlos los hubo, incluso en la capital de la provincia, que tuvo una Plaza de la Picota donde ahora está la Plaza Mayor y como debieron tenerlos la práctica totalidad de las villas exentas de señorío y sujetas directamente a la corona. Porque el rollo de justicia, o picota, más allá de la significación dramática que se les quiera atribuir, por aquello de ser el punto en que se exponían a los condenados a la vergüenza pública, era un símbolo de la autoridad municipal, e incluso de la autonomía funcional derivada de la posibilidad de aplicar las leyes sin intervenciones ajenas.
Aunque en el habla ordinaria se mezclan indistintamente los conceptos rollo y picota (yo mismo acabo de hacerlo) en realidad eran dos elementos diferenciados. El rollo era una columna de piedra, casi siempre circular y rematada por una cruz, colocado en un lugar bien visible del lugar, con preferencia en la Plaza Mayor e incluso en situación próxima a la casa consistorial, con una finalidad claramente simbólica, una demostración de orgullo con el que se proclamaba a todo el mundo que allí existía una villa capaz de ejercer la plena jurisdicción administrativa y judicial. Por tanto, el rollo se erigía cuando el lugar en cuestión asumía esas competencias. Parece cierto que, en la conquista de América, cuando se fundaba una ciudad nueva lo primero que se hacía era erigir el rollo como demostración fehaciente de que allí surgía una comunidad regida por las leyes. En cambio, la picota sí era el poste en el que se aplicaban los castigos corporales impuestos a los delincuentes, para que todo el mundo pudiese verlos y, se suponía, produjera el necesario temor para impedir la comisión de acciones similares. Probablemente en muchos lugares un mismo elemento pétreo se utilizó para cumplir ambos fines y de ahí la confusión con que se mezclan los dos conceptos.
Esa diferenciación queda patente en la forma que adoptaba uno u otra. La picota es una columna simple, sin ornamentación, mientras que el rollo sí la admitía, dando lugar en algunos casos a auténticas obras de arte, como aún podemos admirar en muchos pueblos de la vieja Castilla. No es este el caso de Cuenca donde, según mis cuentas (y si estoy equivocado, espero la oportuna corrección) sobreviven sólo cinco ejemplares y aún debemos dar gracias al destino, porque alguno de ellos se ha salvado por pura intervención casual de alguna mano cuidadosa que evitó a tiempo el desastre a que iba a ser condenado por los motivos de siempre: la incultura, el descuido y el desprecio por todo aquello que tiene un valor histórico y, en este caso, también ornamental.
Cuatro de ellos están en el antiguo marquesado de Villena: Motilla del Palancar, Villaanueva de la Jara, El Peral y Rubielos Bajos, por lo que está clarísimo en qué momento levantaron sus respectivos rollos, cuando en distintos momentos del siglo XVI se libraron de la servidumbre señorial y alcanzaron la condición de villas exentas. El otro está muy lejos de aquella comarca; se encuentra en La Ventosa y responde a una explicación similar, solo que aquí quien ejercía el poder era el conde de La Ventosa. Este rollo (se puede ver en la foto) es el más voluminoso de todos, con una presencia verdaderamente espectacular, tanto en altura como en circunferencia y se encuentra en su posición correcta, en el centro de la plaza, delante del Ayuntamiento. También el de Rubielos Bajos está en la plaza, pero es mucho más pequeño y envuelto por la hojarasca de un jardincillo, como ocurre en El Peral, donde ha sido trasladado a las afueras del pueblo, al borde de la carretera. El de Motilla estuvo arrinconado en los almacenes municipales y gracias a un golpe de fortuna fue recuperado y colocado en un parque público. Probablemente el más vistoso es el Villanueva de la Jara, también situado en un punto fuera del casco urbano, pero es una excelente muestra del gótico isabelino, una delicada pieza de orfebrería escultórica.
Cinco rollos sobreviven de las docenas que debieron existir. Quisiera creer que el tiempo nos ha enseñado algo, entre otras cosas a frenar la insaciable afición destructora que se ha llevado por delante tantos elementos de nuestro patrimonio.