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Días festivos en torno a San Mateo

El motor que anima la vida en esta ciudad tiene combustible festivo: Semana Santa en primavera, San Mateo en otoño. El resto del tiempo se consume pasándolo en preparativos adecuados para llegar de manera conveniente a la fecha señalada y esperada. Si por aquí tuviéramos una Navantia, o similar, las preocupaciones serían otras y la calle se utilizaría para ocuparla con sabrosas manifestaciones bien cubiertas por incendiarias pancartas movidas al viento de la ira colectiva. Como no hay tal cosa (ni parecida de lejos), nuestras calles sirven para que pasen parsimoniosamente las imágenes religiosas o para que por ellas corran inocentes y vapuleadas vaquillas, todo en beneficio de la generalizada satisfacción del pueblo.
       Ahora toca ganado. Los promotores de esta actividad lúdica llevan tiempo intentando envolverla con oropeles de seriedad, en forma de recreaciones ambientales o apelaciones más o menos profundas a los elementos históricos que inciden en la fecha, una vez que ya parecen evaporado los intentos de algunos por poner en discusión si fue el 21 de septiembre o antes o después cuando las tropas de Alfonso VIII decidieron acabar con la broma del aburrido sitio y cruzaron de manera decidida los muros del castillo de Cuenca. Esas banderolas que ondean al aire de la Plaza Mayor, esas vestiduras que traen hasta el presente los aromas medievales, esas escenificaciones divulgativas, son complementos benévolos y sugerentes de lo que a todo el mundo importa, o sea, la vaca. Bien está si ayudan a ennoblecer un poco la celebración.
      También tienen una intención benefactora y además educativa las apelaciones de la autoridad competente hacia el buen comportamiento, la limpieza, la moderación alcohólica y un factor extraordinariamente sensible, el correcto cuidado del casco antiguo de la ciudad, recordando a quienes en estos momentos están tomando fuerzas para invadirlo a toda pastilla que ese recinto, tan delicado, es patrimonio de la Humanidad, en la que también nos incluimos todos nosotros, porque algunos parecen interpretar que Humanidad es un concepto etéreo, depositado en algún lugar esotérico del universo, no algo concreto, afincado aquí mismo, entre nosotros. Quiero sentirme optimista y creer que esos llamamientos a la cordura, la urbanidad (curiosa palabra, prácticamente desaparecida del vocabulario en uso), la cortesía y el respeto estarán calando en el ánimo de los jubilosos corredores de vaquillas y bebedores de toda clase de mejunjes (con qué interés, con qué emocionada voluntad, abastecen estos días de material a los habitáculos donde depositan el material) que se disponen a participar alegremente en la fiesta con que se despide el verano y se recibe el otoño.
        Interpreto que con esta actitud prudente, la autoridad municipal quiere recuperar aquel antiguo proyecto de aspirar a que esta celebración reciba algún reconocimiento del tipo fiesta de interés turístico regional o nacional, intención entonces frustrada porque no hubo forma de demostrar presuntos valores y sí muchos factores negativos que estorbaron el propósito. La fiesta de San Mateo en Cuenca no ha merecido nunca especial atención de los reporteros atentos a estas cosas. El eco es exclusivamente local y con ese solitario soporte no se va a ningún sitio en el mundo del prestigio. Lograrlo exige muchas correcciones a unos usos y costumbres asentados, que hacen felices a sus protagonistas pero no atraen especialmente a quienes miran, observan y escriben.
       Dicho esto, corramos un tupido velo y dispongámonos a entrar con el mejor ánimo posible en la alegre fiesta de la vaquilla de San Mateo.

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