La decadente imagen de la Casa de la Mota
Casi en el punto exacto en que comienza el casco urbano de Cuenca, como dando a los visitantes que nos llegan desde levante, el sureste y tierras aragonesas una triste y desconsolada bienvenida, un noble y en tiempos elegante caserón, de estructura clásica y ordenada arquitectura ofrece a las miradas (rápidas, eso sí: los coches siempre tienen prisa) la imagen de su ya imparable decadencia que, salvo milagro inesperado, lo conducirá de manera inevitable a su desaparición. Cada día hay en él un desconchón más en sus fachadas, otra teja caída a tierra, una ventana agujereada en sus cristales, con los matojos avanzando incontenibles hacia los muros marchitos. La Casa de la Mota parece condenada al desastre causado por el tiempo y el abandono, al que asistimos impotentes los ciudadanos, viendo cómo se desmorona una pieza importante del patrimonio edificado conquense, sin que en lugar alguno, privado o público, surja el remedio necesario, encomendado a un presunto comprador que nunca aparece.
El. lugar de la Mota se encuentra vinculado al obispado de Cuenca desde la Edad Media, como tierra de labor en la que existían varias edificaciones para alojamiento de los renteros. El inmueble actual, obra posible del arquitecto Mateo López, tenía en su fachada de poniente un escudo que desapareció en 1998 y que reproducía el blasón del obispo Felipe Antonio Solano, impulsor de la construcción que todavía podemos ver. No es baladí tampoco decir que en sus proximidades se encuentra la fuente del Obispo o de la Mota, un delicioso rinconcillo en el que, con sencillez suma, queda patente el artificio de los romanos para elaborar este tipo de instalaciones hidráulicas.
El mismo Mateo López ya citado, que además de eficacísimo arquitecto fue un singular cronista de las cosas de Cuenca, nos ha dejado algunas notas sobre los avatares de este lugar, como el acuerdo de 1309 en que el obispo don Pascual lo donó a sus moradores, «con la condición de que a él y a sus sucesores pagasen la cuarta parte y los diezmos de todo lo que cogiesen, y cada una de las tres Pascuas le hayan de pagar cada un vecino un almud de trigo y una gallina», eficaz manera de mantener activo el predio y, de paso, conseguir sabrosas viandas para la cocina episcopal.
La situación cambió durante el proceso de desamortización del siglo XIX, que llevó consigo la privatización del paraje, casa incluida. En el anuncio de la subasta, en 1844, se explica que el lugar se compone de 1193 almudes en 194 pedazos de tierra labor, una huerta cercada de 9 almudes de sembradura, una casa palacio con varias habitaciones, dos casas que habitan los colonos, dos pajares y un palomar. De esa manera la Casa de la Mota pasó a manos privadas y en ellas ha seguido hasta hoy.  Sus actuales propietarios conocerán de sobra cuáles son los problemas que les impiden mantener el edificio en uso y en razonables condiciones de supervivencia. Quienes no compartimos esas preocupaciones, puesto que no somos más que observadores de la realidad, asistimos impotentes y entristecidos a la progresiva decadencia de ese edificio.
Hubo, probablemente, un tiempo quizá no muy lejano en que fue posible inventar algún remedio salvador. Pienso en la extraordinaria utilización que esa casa-palacio de estructura popular hubiera podido tener como alojamiento rural, como restaurante, como espacio de ocio apenas a diez minutos de Cuenca, a semejanza de otros muchos casos similares que han surgido en los más inesperados lugares, donde se mantienen con solvencia. No se hizo en aquel momento propicio y ahora puede que ya sea tarde, teniendo en cuenta que el nivel de deterioro exigiría, sin duda, una muy fuerte inversión. Y en este mundo traidor ya sabemos que Don Dinero tiene siempre la última palabra.
Tampoco los poderes públicos han estado muy activos en este asunto porque, que yo sepa, nunca ha habido una iniciativa para intervenir en alguna forma para salvar la Casa de la Mota que, con respeto absoluto a sus propietarios, es también un bien colectivo, pues forma parte del patrimonio edificado de esta ciudad. Un trozo de nuestra historia se desmorona a ojos vista. Nosotros aún podemos contemplar su ruinoso aspecto, la amarga sombra de lo que fue. Generaciones futuras ni siquiera podrán disfrutar de esta visión. Salvo que, como ya he dicho, un milagro venga a dar inesperada solución.

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