Doscientos años de una iglesia municipal
No se si hay otros casos similares en España (o en el mundo) pero me atrevo a asegurar que la ermita o iglesia de San Antón o de la Virgen de la Luz, que de esas formas indistintas es llamada (y antes aún fue conocida como de la Virgen del Canto y Virgen del Puente) ofrece una situación jurídica verdaderamente excepcional, porque desde 1817 es un edificio municipal, cedido a la Iglesia para su uso con fines religiosos, con carácter parroquial desde mediados del siglo XX.
Ya he mencionado la fecha y, sin duda, el lector atento adivina por dónde van a ir los siguientes argumentos de este artículo. Vivimos tiempos en que se aprovecha cualquier asunto, venga o no a cuento, para celebrar aniversarios, cincuentenarios, decenarios o lo que sea, e incluso nuestras ilustres autoridades andan por ahí buscando pretextos para seguir organizando macroexposiciones que puedan llenar de turistas las calles y los bares de Cuenca. Con esa dedicación, no han caído en la cuenta de que tienen ante los ojos un motivo de excepcional importancia, que debería ser festejado colectivamente, sobre todo, con visitas masivas de la ciudadanía conquense al bellísimo y singular templo en que reside de manera permanente la patrona.
Las noticias iniciales en cuanto a la vinculación municipal aparecen el año anterior, cuando en la sesión municipal del 17 de agosto de 1816 los regidores acuerdan iniciar una investigación sobre el estado del edificio, sin protección desde que los antoneros abandonaron la ciudad casi un siglo antes. El 16 de noviembre, el consistorio acordó formalmente pedir a la corona la cesión de la iglesia, junto con las rentas que pudieran haber sobrevivido de la anterior comunidad religiosa, para atender con ellas su reparación e impedir el avance del proceso de ruina. El 9 de marzo de 1817, el rey Fernando VII firmó la correspondiente real orden, disponiendo en ella la entrega de las llaves y enseres al ayuntamiento que, en sesión del 9 de abril, comisionó al regidor Ignacio Rodríguez de Fonseca para hacerse cargo de esos bienes, si bien los responsables del Tesoro Público, de acuerdo con una secular costumbre, regatearon la entrega del dinero que pudiera quedar de la orden extinguida, haciéndolo solo del templo y su contenido material.
Dentro de un mes se cumplirán doscientos años, dos siglos nada menos, desde que la iglesia de la Virgen de la Luz es propiedad del Ayuntamiento, o sea, de la Ciudad de Cuenca. Ocasión semejante no debería ser ignorada por quienes tienen la responsabilidad (el honor también, cabría decir) de conservar un edificio que, además, es una auténtica joya de la arquitectura española, justamente reconocido hace apenas unos meses con la distinción de monumento. Aquel suceso y la época en que ocurrió se presta maravillosamente para ofrecer seminarios, conferencias, exposiciones, conciertos y todo lo que es consustancial con este tipo de conmemoraciones, pero lo mejor sería que hubiera una amplia campaña de difusión o sensibilización para que los conquenses (sobre todo los niños) acudieran a conocer en detalle lo que de arte ofrece el templo y en ello debería incluirse una discreta sugerencia a los guías turísticos para que, además de hacer lo que hacen, amplíen sus propuestas llevando a los visitantes hasta este lugar tan emblemático, por ahora fuera de los recorridos convencionales.
Tenemos ahí, casi al alcance de la mano, en un paraje urbano de excepcional belleza, uno de los más notables edificios elaborados por la mano diestra de Martín de Aldehuela, el más brillante ejemplo del rococó religioso español, un ámbito singular en que la arquitectura incardina con la religión, el arte con la devoción, para ofrecernos un espacio realmente singular, encantador, bellísimo. Ahí queda la tarea para que la asuma, si tiene ganas, la autoridad municipal, implicando a la sociedad civil, asociaciones vecinales y culturales, colegios, guías turísticos, hoteles y todo el que quiera participar.
Doscientos años lo merecen. Y el templo de la patrona, también.