Ética y estética
Los Ayuntamientos deberían tener (y uno que conocemos bien no lo tiene) un departamento, servicio o negociado dedicado a cuidar de la estética de la ciudad. A los Ayuntamientos, en general, les encanta promulgar normas en forma de ordenanzas; cada vez que emiten una se muestran satisfechísimos, con el convencimiento del deber cumplido y así salen a la palestra pública, orondos y felices para que todo el mundo sepa que han aprobado una ordenanza para que los clientes de los bares no saquen las bebidas a la calle u otra para que los perros no hagan sus necesidades sobre la acera. Y así queda solucionado el problema. Si luego el personal sigue sacando las bebidas a la calle y los perros utilizan las aceras y jardines como w.c. eso ya no depende de los concejales: ellos cumplieron con aprobar la ordenanza.
Sobre estética urbana no hay ninguna disposición efectiva, que yo sepa. Los planes de urbanismo, cuando los hay (el de Cuenca pasó a mejor vida hace ya veinte años y la ciudad sigue subsistiendo) introducen en su complejo entramado legalista multitud de disposiciones en que se mide todo lo medible y se calcula todo lo calculable. Entre tanta palabrería y tecnicismos no queda ningún hueco para detallar nada sobre la belleza y el cuidado de la ciudad. Antiguamente, en los pueblos al menos, cuando llegaban fechas señaladas (las fiestas, por ejemplo) se emitían bandos públicos para que el vecindario enjalbegara las fachadas de sus viviendas o limpiara los rincones descuidados de las calles. En Cuenca era especialmente expresivo en ese sentido el bando relativo a la procesión del Corpus Christi. Ahora que se acerca la Semana Santa emociona ver con qué diligencia los obreros municipales riegan con energía las calles del casco antiguo por donde van a pasar las procesiones, intentando librarlas de la capa grasienta que las cubre, además de reparar los mil y un detalles que se han ido deteriorando con el descuido diario. Pero eso tampoco tiene que ver con la estética.
Sí tiene que ver la contemplación permanente del deterioro urbanístico en puntos muy concretos de la ciudad moderna y justamente en el sector más céntrico donde, lo peor que ocurre, a mi parecer, es la facilidad con que todos nos hemos acostumbrado a ver lo que hay, sin sentirlo ni lamentarlo. Opinión muy contraria a la que deben sentir los visitantes cuando, en su necesario paseo callejero se encuentren ante ejemplos tan llamativos del desinterés colectivo por mantener la ciudad limpia y ordenada. Hay casos sangrantes, empezando por el depauperado mercado, inútil ya para cumplir su teórico propósito, pues apenas si quedan cuatro languidecientes puestos comerciales, que se va desmoronando progresivamente ante nuestros ojos y la indiferencia municipal, olvidados ya utópicos proyectos de recuperación. Esa imagen depauperada, fea, de un edificio público ruinoso, no es precisamente una buena tarjeta de visita.
Tampoco lo es, aunque en este caso sea privada, esa otra imagen del edificio de la antigua joyería Monjas, en mitad de Carretería, amenazando con venirse abajo en cualquier momento (entonces será el tiempo de las llantinas hipócritas) , al que se le puso una endeble protección ya también desmoronada. Con la más descarada insensibilidad pasamos a su lado, procurando no mirar para que no caiga sobre nosotros la vergüenza de esa ruinosa fealdad. Pero ahí está, sirviendo de proclama indecente y, al parecer, sin remedio a la vista.
A pocos metros, hacia el parque de San Julián, el edificio de Sindicatos con su árida arquitectura no es tampoco precisamente un modelo apropiado para figurar en el repertorio de postales y si vamos en dirección contraria, el pavoroso escenario de la calle Astrana Marín, donde debería haber un parking y un instituto de enseñanza viene a representar la impotencia inútil de unas administraciones enredadas en la maraña de la ineficacia que les impide afrontar con decisión la obtención de soluciones razonables.
La ética es el conjunto de costumbres y normas que dirigen o valoran el comportamiento humano en una comunidad. Eso dice la definición. Tiene aplicación directa a las personas, individualmente consideradas, pero también al colectivo, a todos los ciudadanos, incluyendo a los regidores municipales. Se considera también la ética, dice otra parte de la definición, una rama de la filosofía que medita sobre lo que es correcto o incorrecto en nuestra sociedad. La ética, pues, determina cómo deben actuar los miembros de esa sociedad. Entre otras cosas, digo yo por mi cuenta, cuidando de la estética de su ciudad.